Una señal inequívoca de hacerte mayor es que no te convence nada nuevo. La música que escuchan los jóvenes te parece hortera, desfasada y sus interpretes, personajes carentes de talento. Todo se condensa en un eterno conflicto entre “debería conocer a este grupo, ir a este festival, saber de qué están hablando…” y “no soporto nada que huela a nuevo”.
Así que vuelves a escuchar ese álbum de Rap que te ponía los pelos de punta con 15 años, recuerdas la primera vez que viste V de Vendetta y creíste que la revolución era posible. Y de repente te das cuenta: hace 22 años que se estrenó Matrix y sigues inmerso en el mismo cuento mil veces repetido.
Te das de bruces con la realidad de un futuro gris y carente de ilusiones en el que ni la música, ni el cine, son lo que eran. Pero siguen ahí, escondidos en un refugio seguro, esperando que vuelvas a rescatarlos, los clásicos, los tuyos. No esos en blanco y negro que las guías te dicen que ya deberías haber visto para poder decir que sabes de cine, si no aquellos que te rompieron por dentro. Los que te enseñaron quién eras, quién querías ser. Y si creciste en los 90 es posible que en esa enseñanza tuviera parte de responsabilidad David Fincher.
Las cintas que vemos en nuestra adolescencia, mientras aprendemos a enfrentarnos al mundo, son las que configuran la imagen de nosotros mismos que usaremos como máscara el resto del tiempo que nos toque lidiar con la sociedad. Y puede parecer una tontería, pero tu película favorita dice mucho más de ti de lo que tú mismo te imaginas. Las mías podrían ser muchas, el cine y la música son mis amores verdaderos y me parecería injusto quedarme con una única opción habiendo tanta belleza por el mundo. Pero si tuviera que elegir, si mi vida de repente, por vicisitudes del destino dependiera de una elección banal y trascendental como esta, elegiría dos.
Trainspotting y El Club de la Lucha. Dos cintas a simple vista muy diferentes, pero con el mismo trasfondo: la vida se escapa. Y parafraseando a Tyler Durden, no eres tu trabajo, ni el coche que conduces, no eres tu tarjeta de crédito, ni mucho menos eres lo que subes a Instagram para que el resto del mundo compruebe lo feliz que eres.
Eres, somos, soy, la mierda cantante y danzante del mundo. Simples marionetas condenadas a trabajos que no les gustan para comprar mierda que no necesitan. ¿Realmente la vida con la que soñabas a los 15 años era esta? La publicidad te vendió que podías conseguirlo, el pensamiento positivo te culpó de no intentarlo con la suficiente fuerza y la edad te demostró que, simplemente, la existencia humana es lo que es. Y sólo quedan dos opciones: resignarte o coger las riendas de tu vida.
Aprender que sólo tenemos el ahora, este instante fugaz que puede condensar toda una existencia en un minuto. En los momentos que te hacen feliz. En tu familia, tus amigos, en un libro para evadirte del mundo, una visita al lugar donde creíste en los sueños.
“Después de todo sé que nada es permanente
Y que al impaciente
Se le olvida la miel del presente
Nada es tan urgente, nena, nada tan importante
Nada merece mas la pena que el instante
Que tenemos delante y el siguiente
Y la oportunidad de hacerlo diferente”
Nadie mejor que Kase O para explicar lo efímera que puede ser la vida humana y la importancia de un Carpe Diem que llevamos persiguiendo desde que los primeros filósofos decidieron pararse a pensar. Porque la filosofía no es más que cuestionar todo aquello que damos por sabido. Romper una y otra vez con los cánones establecidos y centrar la vida en la búsqueda de un objetivo vital para al final descubrir que no existe. Como pasarte todos los años que dura la carrera de Periodismo aprendiendo a ser objetivo para descubrir al final que la objetividad no existe. No tienes porqué hacerlo, y de hecho yo de ti no lo haría. Si puedes parar ahora no empieces, pensar es adictivo, cuestionar el mundo es una droga de la que no se sale y ya sabes que si eliges la pastilla roja, no habrá vuelta atrás.
“Recuerda, lo único que te ofrezco es la verdad, nada más” Morfeo, Matrix
Tus películas favoritas te enseñaron los valores que, ahora, a fuerza de levantarte cada día antes de que amanezca, has olvidado. Cada época tiene sus referentes y la generación millenial configuramos nuestro inconsciente colectivo entre sangre, dolor y ultraviolencia. También a fuerza de películas románticas que auguraban un final feliz y una catarsis del chico malo de buen corazón, pero esa es otra historia.
“Solo cuando perdemos todo somos libres para actuar” Tyler Durden, El Club de la Lucha
A lo largo de toda la película, Tyler Durden va demostrando cuál es su objetivo. Y es un pensamiento filosófico que no creo que fuera capaz de entender la primera vez que la vi. Estoy segura que los abdominales de Brad Pitt y la adrenalina de verle “destrozando cosas bonitas” me impedía asimilar un razonamiento tan profundo. ¿Qué harías si tu vida se fuera a terminar? Si fuéramos capaces de hacernos esta pregunta de manera honesta la respuesta podría sorprendernos tanto que no nos atrevemos a formularla. ¿Para qué si no va a cambiar nada?
¿Somos realmente dueños de nuestro destino, capitanes de nuestros barcos interiores o simple rebaño al servicio de un poder superior?
El protagonista es un personaje triste, patético, cansado de todo. De su trabajo, de la oficina, de la gente, de la imagen de el mismo que ha creado. Está cansado de ser fuerte, de tener que demostrarle al mundo que los hombres no lloran, no ceden, no caen. Por eso se engancha a aquellos lugares en los que puede mostrarse vulnerable, se ata a las personas con las que puede hundirse.
La relación que se establece entre dolor y placer es muy complicada y tiene su origen en las sustancias que produce el cerebro cuando sentimos dolor. Las ansiadas endorfinas. Un auténtico opiáceo sin receta que te evade del mundo exterior y te hace conectar con tu propia fragilidad y te ata irremediablemente al momento presente, sin posibilidad de escaparte al futuro o al pasado. Te obliga a estar ahí, en medio del combate con todos tus sentidos puestos en la lucha. Ganar o perder, es de lo de menos.
Por eso, este personaje insulso, encuentra en el dolor una nueva droga que lo libera de su absurda existencia. Pero a lo largo de su camino descubre una verdad dolorosa que es una auténtica putada: todos estamos solos. Porque, aunque fueras capaz de convencer a todo un ejército de tus ideales, aunque miles de personas en todo el mundo eligieran creer en lo mismo que tú, un día descubrirías que simplemente te están siguiendo ciegamente. No comparten tu locura, tu rareza, ni siquiera se han parado a observar las suyas propias, simplemente se han dejado llevar por el esplendor de tu oscuridad. Porque ser uno mismo, es la decisión más difícil que tendrás que tomar en tu vida adulta. Eso y lidiar con hacienda.
Tyler sin embargo, representa todo aquello que vive dentro de cada uno de nosotros. Esa voz que se rebela contra el sistema, que cuando eres joven grita tan alto que te hace creer que tienes la verdad absoluta y a medida que pasan los años se va escondiendo en un rincón oscuro y apartado desde el que ya apenas te llega su eco. Pero hay ocasiones en las que resurge, con la llama de una canción, con el acorde de un tema que habías olvidado, con una frase que dice Brad Pitt en la pantalla mientras actualizas Instagram por quinta vez en 10 minutos.
Esa voz te grita que no te conformes y empezar a escucharla se convierte en una auténtica putada. Su pensamiento punk y antisistema se centra en un único fin: si desaparece el crédito financiero todos empezaríamos de cero. Seríamos libres para elegir. Pero ¿lo haríamos bien esta vez, estamos seguros de que elegiríamos el camino correcto? Todo pensamiento único y grandilocuente se da de bruces contra una realidad mayor que supone aceptar que no existe una verdad universal. No llegará nadie con las claves secretas para conseguir que esto funcione. Podemos elegir seguir incondicionalmente a aquellos que aseguren conocerlas, pero el pasado, la historia, nos ha demostrado que rara vez funciona.
Y entre tanta oscuridad que amenaza con llenarlo todo, aparece ella. Marla es el personaje más genial de esa película que dentro de poco sonará a recuerdo borroso de unos viejovenes que creen saberlo todo. Helena Boham Carter es capaz una vez más de configurar un personaje único, un alma rota, un espíritu libre. Alguien que sí ha tocado fondo, que lo sabe todo. Y en un giro inesperado de los acontecimientos, parafraseo a Taburete para explicarlo “Sabes tanto del fracaso…que por si acaso, disimulo”
Marla es la esperanza de qué, quizás, y solo quizás, no estamos tan solos en este enorme mundo. Tal vez exista alguien capaz de entendernos, de realizar este complicado tránsito con nosotros. Alguien que nos coja de la mano mientras el mundo estalla y entienda aquello de “Me has conocido en un momento extraño de mi vida”
Un momento doloroso, inútil, sin sentido…pero que también pasará, eso es lo único seguro.
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