Trainspotting es una película complicada. A veces me sorprendo cuando suelto algún comentario o hago referencias a su banda sonora y contemplo una cara rara en mi interlocutor. Suele preceder a la frase “No la he visto”. ¿En serio? ¿de verdad hay personas que no han visto esta película?. Pues si y muchas más de las que me imaginaba. Pero claro, es difícil aceptar eso de tu película favorita. Aunque la verdad es que yo tengo muchas películas favoritas, pero esta, junto con V de Vendetta, tiene un papel fundamental en mi vida.
Cuando empezaron a anunciar la secuela de Trainspotting solo pensé en una cosa ¿de verdad hace veinte años de la primera?. Casi una vida en la que hemos visto a Ewan Mcgregor enamorarse en París, desdibujar los límites entre ficción y realidad en Big Fish o luchar por salvar la galaxia del lado oscuro. La verdad es que siempre me lo he creído. Pero de todos sus personajes, sin duda alguna, me quedo con Mark Renton.
Mark es el antisistema de manual. Mientras todo el mundo elige encajar, estudiar, tener un buen trabajo, llegar lejos en la vida, el elige aquello que no lleva a ningún sitio. A veces olvido que Trainspotting va sobre drogas porque para mi es una metáfora. ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué diferencia a una persona enganchada a las drogas ilegales de una que necesita antidepresivos para enfrentar la cruda realidad?.
Danny Boyle fue la primera persona que se atrevió a contarlo en una pantalla grande. La vida no era lo que nos habían contado. Y a través de las vidas de cuatro chavales en Edimburgo dibuja una realidad triste, opaca y carente de futuro. Una Europa en la que van muriendo las esperanzas y cada uno lo enfrenta como puede.
Cuando la vi por primera vez me dejó un sabor agridulce. Ellos son yonkis, vale, han elegido una vida llena de problemas al borde del abismo. ¿Pero que diferencia sus vidas de las del resto de nosotros?. Supongo que eso es lo que me fascina de Trainspotting. El hecho de que una cinta que retrata la historia de cuatro almas perdidas te lleve a replantearte tu propia vida.
Han pasado 20 años y me enfrentaba con miedo a una secuela que no sabía si estaría a la altura. Es difícil superar las películas que marcan tu juventud. Aquellas de las que aprendes, las que te dan frases míticas y te enseñan música que no conocías. Hace 20 años Mark se marchaba a empezar una nueva vida sin mirar atrás. Tomaba una decisión egoísta para escapar de una realidad que terminaría por engullirlo.
El tiempo pasa y todos cambiamos. Pero hay un lazo de unión entre todas las generaciones en cualquier parte del mundo: la nostalgia. Esa mirada al pasado que te hace desear haber sido mejor persona, más fuerte, menos egoísta. Esta cinta parte de esa base, nos hacemos mayores, la vida se escapa.
Y en los tiempos que vivimos las drogas que enganchan a la juventud ya no son las que eran. Las imágenes de Renton pinchándose heroína no sorprenderían a una generación que vive (vivimos) pegada a una pantalla. Así que el mensaje de esta película es distinto. Elige ver Facebook, actualizar Instagram con fotos de todo aquello que haces, elige tuitear todo lo que ves para demostrar tu irónica inteligencia. ¿Qué hacemos? ¿realmente hemos elegido la vida?.
En una parte de la película (aquí viene spoiler pero pequeñito) Sick Boy le dice a Renton que solo está allí para hacer una visita guiada a sus recuerdos. Eso es Trainspotting 2, el viaje al pasado que todos sus fans necesitábamos. La visita a la ciudad donde fuiste feliz y más joven que nunca. La oportunidad perfecta para poder decir “esto antes no era una cafetería” “cada vez que vengo han cambiado algo”. Un paseo por el pasado que nos enfada un poco pero que, al coger el tren de vuelta, nos hace esbozar una sonrisa. Ese tiempo existió y veinte años después seguirá vivo en el recuerdo.
Mientras escribo suena: Just a perfect day de Lou Red (que mínimo)
3 comentarios sobre «Review T2 Trainspotting: 20 años no son nada»