La magia se puede evocar de muchas maneras, con una imagen, un sonido, un olor que trae de repente el viento y ya no recordabas o esa canción que suena de repente en Spotify. A veces la sinestesia se despierta y une todos los puntos inconexos que no tenían ninguna relación cuando empezaste a escribir.
He vuelto a ver El gran Hotel Budapest, la segunda vez en menos de una semana. Es como si de repente necesitara una dosis extra de belleza, pero no de cualquier tipo. Esa belleza que pasa de sublime a decadente en cuestión de minutos. La misma que me evoca las calles de Berlín, de alojarme en el centro a comerme un Kebab en Kreuzberg y pararme a fotografiar un montón de basura en el que unos pájaros que parecen cuervos escuálidos, están picoteando.
Pasar del bullicio de las Ramblas a pasear por las callejuelas perdidas del Gótico, oscuras, olvidadas y a veces descuidadas. Mi ideal de belleza es punk y decadente. Y de repente brilla en rosa brillante como un pastel de Mendls que se parece a aquellos que llenaban los escaparates de aquella cafetería Koreana – Parisina de Berlín en la que ninguna podíamos comer azúcar pero sólo mirarlos nos hizo felices.
Desde que se cerraron las fronteras mi capacidad de encontrar la belleza en lo cotidiano se marchó con la posibilidad de descubrir nuevos mundos. Nunca aprendí geografía porque tuve un profesor que opinaba que no era necesaria. En ese momento me pareció genial, menos que aprender, menos tiempo allí. Es curioso como el paso del tiempo te hace cada vez más consciente de lo vivido, aumenta tu predisposición a enfrentar aquel pasado que te hizo pedazos. Exorcizas los demonios, los sacas a pasear, los coges de la mano y te ríes con ellos de tu ingenuidad de aquellos tiempos.
Pero llega una postal tardía en blanco y negro y… “quizás he pensado, nostalgia de ti”, nostalgia de ser yo quien mande postales desde sitios lejanos, de entender el mapa y saber cómo podría dar la vuelta al mundo en 80 días o menos. Pero no lo sé, porque nunca me lo enseñaron y cuando pude salir a descubrirlo la realidad cambió y mi sueño se hizo añicos.
Siempre he sabido querer mejor en la distancia. Por eso escribo, para decir aquello que no sé verbalizar, todas las palabras que se me agolpan en la garganta y me impiden volar. Solo una firma, una más, y te vas para siempre ¿trato hecho, Lucifer?
Voy a prender fuego a todos los recuerdos. Voy a matar los demonios que se enredan en mi pelo
Volveré con más cordura, más sereno y con arrugas. Pasearé por el colegio, esta vez sin tener miedo. Volveré para enseñarte, que al final hice algo bueno…
Ojalá fuera capaz de dejar de odiarla y conseguir que pueda vivir libre en mi recuerdo con esos momentos y recuerdos de aquellos días felices que compartimos como dos niñas a las que no separaba la edad. Así tal vez dejaría de atormentarme en sueños, de imaginarla vagando por esos pasillos vacíos, volviendo en un bucle eterno a visitarme para ver si duermo, si respiro, para despertarme y asustarme con sus locuras. Trato de dejar en tablas nuestra batalla y perdonar, pero está siendo una prueba muy complicada.
Voy a liberarme
Voy a dejar de odiarte
Voy a pensar que la culpa no fue tuya y perdonarte…
Corrí tanto…para alejarme de su influjo maligno que consiguió generar en mi ese sentimiento de que no podía aferrarme a nada, que nada nunca sería mío, que nunca estaríamos seguros. Que no podía dormirme y tenía que mantenerme siempre alerta. Por eso me enamoré de lugares efímeros, de momentos inmortales que nadie podía quitarme. Por eso necesito un totem para que no me ataque la parálisis del sueño y sea mi pulsera la que me atrapa mi muñeca y no su mano….
Eran bonitos los atardeceres que veía desde allí. Se veía tan enorme esta minúscula ciudad…y nunca pude valorarlo. He perdido tanto tiempo para no mirar lo que hay dentro, lo que duele, lo que pesa y me lastra hasta el fondo de mi misma. Hasta que llegó una pandemia que me robó lo único que siempre sentí mío, la capacidad de escapar, de todo y de todos. Eso y solo eso era lo que no me dejaba ser libre. La certeza de pensar que sólo podía serlo estando sola, no sabía que la libertad se podía compartir.
Aquí el cielo es más bonito, no hay ruido y ningún fantasma ha venido aún a molestarme. El gobierno ha suprimido el estado de alerta en el país pero en mi siempre estará activado. El otro día compré dos libros y me regalaron uno que se titula “Perder el miedo. Un manual para la vida” qué tontería pensé… yo no le tengo miedo a la vida, ni a la muerte. No sé si es real o no este sentimiento o una pose que ya he trabajado tanto que no sé si es mía o inventada. Pero sí tengo claro que le tengo miedo a una vida no vivida. A una vida sin descubrir, crecer, conocer, experimentar. A una vida sin creer en la magia.
Escribo y de fondo se mezclan el naranja de mi toalla, el color salmón de mi ropa interior nueva tendida y el eco rosa del atardecer que se evapora. Y pienso en el glorioso Hotel Budapest y en su decadencia. Todo pasará, caerá y cambiará en segundos y yo, esta yo que escribe una noche de pre verano, desaparecerá, crecerá o tal vez decrezca y descubra las verdades infantiles que mi yo de ahora ha olvidado.
Mientras escucho a Love of Lesbian un murciélago da vueltas cada vez más cerca y, mi niña interior, aún espera que se transforme ante mis ojos en Rüdiger von Schlotterstein y me deje su capa mojada para que la seque.
Echo de menos los bosques de Schloss Sommerswalde, donde esa niña volvió a correr feliz. Añoro ese otoño en el que descubrí que, como Camus, me enseñó, habitaba en mi un verano infinito.
Trato de encender esa llama pero de momento es pequeñita, minúscula, y la observo tintinear, elevarse, decrecer, subir mucho de repente y volverse de nuevo ínfima, apenas perceptible. Siento que se apagará en cualquier momento y de repente, cualquier gesto inesperado la hace revivir. Como esa chimenea ya olvidada a la que alguien se acerca a atizar el fuego por mero aburrimiento consiguiendo que los rescoldos vuelvan a brillar en rojo intenso.
Todos los fantasmas que se apiadan de mi alma
Juegan a esconderse a final de la semana
Todas las promesas que cambié por noches largas
Ya no valen nada
Sé que todo va a salir bien
Que no hay mucho más que hacer
Que un golpe en la cabeza
Yo, que siempre he sido el mejor
Salvando la situación
He perdido la fuerza
Desde aquí tal vez
Es mucho suponer
Que por mi bien
No pueda resolver la conexión
El duelo y la violencia
A decir verdad
Quisiera detener la ambigüedad
Ya lo he pensado bien
Y no está mal
Me quedo en la tormenta
He empezado a escribir porque ha sonado una canción de Guille Solano y Ángel Calvo que, en su momento, fue tan importante que le da nombre a una de mis Playlists favoritas…Hoy es de esos días… pero ha terminado sonando Miss Caffeina y tiñendo de pop colorista y decadente mi relato. Supongo que no puedo escapar de mi ambigüedad, de mis contradicciones constantes. No puedo evitar amar a alguien con todas mis fuerzas y a la vez necesitar que deje de hablarme porque su existencia se me hace insoportable. ¿Cómo se explicaría algo así de ser real el sentimiento?
“Y raparme la cabeza, darte una sorpresa mas, Pero no, yo no te la puedo dar. Porque cada vez que engañas, dices siempre la verdad. Hoy es de esos días que me gustaría dejar de disimular, ir a subir Tentegorra y escuchar Vetusta Morla. Pero no, no te puedo consolar, porque cada vez que explotas siempre me va a rebotar. Porque no, no te puedo dar calor…”
Y el misterioso mundo sinestésico que hace funcionar el mecanismo de mi cabeza, me ha traído hasta aquí. A pensar en mis muñecas, en el dolor, en que ames libre, aunque sea sinmigo.
En esa iglesia derruida y en Roma una noche cualquiera escuchando a un músico frente al Panteón de Agripa. El olor a gofres con chocolate de Barcelona y esa noche de verano compartida que solo de imaginarla, duele tanto como esta escena de una de mis series favoritas.
Parece la guerra
La lluvia contra el tejado de uralita.
El guitarrista se vuelve un rascatripas
El gaitero se vuelve un soplagaitas
Y a Madrid llegó el enero
Y mató de frío al limpiabotas
Que quería ser torero.
Te voy a querer
Como en las canciones de los Camela
Dejaré de beber
Y de serte infiel
Con la Luna, la Luna lunera
Casaremos la piel
En un hijo de cal o de arena
La rosa tiene su espina
La suerte sus altibajos
Ni yo entiendo tus movidas
Ni tu mis discos… y a saco.
El día de tu boda, La cabra mecánica.
Siento que el mundo ha desaparecido ante mis ojos con el ocaso de ese atardecer de color Wes Anderson, y Spotify me ha metido un anuncio con una canción de Reggaeton para romper la poca magia que me quedaba…
Me da miedo haber escrito ya mis mejores frases, haber vivido mis mayores aventuras y que mañana sea tan solo mañana y ese murciélago pase de largo una vez más. Tal vez sí que necesite leer el libro y perder el miedo a la vida, a que la vida no sea algo más que ese atardecer que se me ha escapado, que esa seta gigante que se rompió a mi paso o ese tren que me hacía soñar cada día.
Tiene que recuperar el alma
Habla más de lo que puede amar
Se mira en el espejo y reconoce
Que algo bueno está por despegar
Y cuando coge la distancia
Exacta no conoce a nadie
Y piensa, donde está la niebla.
Dónde coño está la niebla,
Dónde coño estabas tú…
Donde coño estabas tú, tanto tiempo que has tardado en volver a buscarme, en volver a escribir. A sentarte contigo misma y enfrentarte a la oscuridad para convertirla en palabras que ya no pesan, ya no duelen como al principio.