Esta es una reflexión atípica que hace mucho que ronda mi cabeza. Prácticamente toda mi vida. Pero nunca he creído que fuera políticamente correcto decir lo que pensaba en voz alta. Me decidí a hacerlo un día de febrero en el que el sol brillaba como si la primavera hubiera llegado. Contemplaba a dos amigos míos que acababan de coincidir mientras debatían sobre la vida, el amor, sexo, relaciones y dramas del día a día. Sin complejos, sin tabúes, sin necesidad de preámbulo de ningún tipo.
Me sentí relajada porque ellos eran como yo, perfectamente capaces de relacionarse sin apenas conocerse. Sin obligarme a inventar continuamente temas de conversación que impidieran que uno u otro se sintiera desplazado. Y comprobé la tranquilidad de rodearte de personas seguras de si mismas.
Es fácil malinterpretar estas palabras desde el punto de vista de una persona introvertida. Admito que para mi es difícil de entender el pánico que deben sentir al enfrentarse a un público, sea o no desconocido. Nunca me han sudado las manos por estar nerviosa ni me he quedado en blanco y he huido muerta de vergüenza.
Supongo que aquellos que no tenemos sentido del ridículo contamos con toda la suerte del mundo. Al menos eso es lo que siempre nos han dicho.
Sin embargo, esta sociedad está creada para satisfacer a las personas inseguras. Cosa que no me parece del todo mal. Mensajes positivos que eviten que te hundas llenan nuestros muros en las redes sociales. “No es bueno estar triste, eres especial, puedes cambiar el mundo”.
Tazas que te dicen lo que no eres capaz de aceptar por ti mismo. Libros de autoayuda que escarban en la superficie sin atreverse a llegar al límite. Pero no siento que este mundo se preocupe por aquellos tocados por la suerte, o no, de ser extrovertidos.
Recuerdo cuando todos esperaban que mi mejor amiga y yo expusiéramos los trabajos, moderáramos los debates y contestáramos a las posibles preguntas del profesor. Éramos el comodín perfecto en cada grupo porque nunca nos daba vergüenza.
A veces no nos importaba, todavía nos reímos la una de la otra tratando de avergonzarnos en público en una lucha que no tiene ningún sentido. En otras ocasiones nos agobiaba tener que ser siempre simpáticas, divertidas, ocurrentes y seguras. El mundo ya nos había puesto nuestra etiqueta correspondiente y parecía que no podíamos hacer nada por cambiarla.
Una persona introvertida sufrirá por ser el centro de atención sin desearlo. Una extrovertida puede convertirse en ello sin apenas quererlo y atraer odios, envidias y rumores a su alrededor. Tal vez esa persona también necesite pasar desapercibida de vez en cuando. Convertirse en una más y no verse de repente contando las anécdotas que salven una situación embarazosa.
A lo mejor a Jimmy Kimmel no le apetecía subir al escenario y hacer un chiste malo delante de todo el público de los Oscars. Pero alguien tenía que salvar una situación que no llevaba a ningún sitio. A veces nadie entiende que si no te importa lo que piensan los demás, puede ser porque te importa mucho más lo que opinas de ti mismo.
Desde mi punto de vista se trata de entender y aceptar que eres la única persona con quien debes pasar 24 horas al día hasta que todo termine. Y llegados a este punto considero que es mucho mejor que esa persona sea capaz de empezar y terminar la vida con seguridad y una sonrisa.
Mientras escribo suena: La playlist Instrumental by James Rhodes
2 comentarios sobre «Ventajas e inconvenientes de ser extrovertido»