A veces, cuando el mundo se desmorona, cuando las ilusiones se pierden estrellándose contra el abismo de la gris realidad, aparece una luz al final del túnel que nos salva. El otro día me dijeron que solo veo películas tristes, puede ser. ¿Pero qué película no lo es? El cine nos salva, nos traslada, nos evade y emociona. Pero también nos muestra la cara más oscura del mundo.
Las películas nacieron con la idea de reflejar lo que pasaba, como una suerte de pintura moderna y en movimiento después, con el paso del tiempo, ese reflejo de la realidad avanzó un paso más y se convirtió en un universo paralelo donde pasaban historias que aún no se conocían.
Pero hasta que llegó ese día fueron muchas las cintas que se convirtieron en espejos mágicos que reflejaban historias comunes, banales, intranscendentales…historias que pasaban cada día ante los ojos de los espectadores y a las que no eran capaces de darle importancia.
Pero de repente se apagaban las luces de la sala y aquella enorme pantalla blanca empezaba a arrojar imágenes en movimiento. Era la vida real convertida en un acontecimiento único, la idea del fotógrafo Cartier Bresson de captar el “momento decisivo” subía el nivel de la apuesta. El cine convirtió la vida en magia.
Luces de la ciudad es una película de 1931 escrita y dirigida por Charles Chaplin. Una obra maestra hoy en día, pero que en su época llegó en un momento muy inoportuno. El cine sonoro empezaba a ganar la batalla al cine mudo. Los actores de repente podían ser escuchados, las actrices cantaban y los diálogos llenaban la pantalla. La belleza del cine mudo empezaba a languidecer ante una revolución imparable. Pero Chaplin supo solucionar el problema añadiendo a su historia muda, música en directo para dotarla de mayor realismo.
Siempre fui más de Buster Keaton, no es que haya que compararlos, son dos genios muy diferentes. Pero la otra noche decidí revisitar una de mis películas favoritas (muchas lo son, nunca elegiré solo una) Soñadores. Y hay una escena en la que los dos chicos discuten sobre quién es mejor ¿Keaton o Chaplin? La conversación se zanja con una referencia a Luces de la ciudad que no admite réplica.
«La diferencia entre Chaplin y Keaton es la diferencia entre la prosa y la poesía, entre la aristocracia y el vagabundo, entre la excentricidad y el misticismo» Theo en Los Soñadores de Bertolucci.
Chaplin sí que hacía magia. Vivimos tiempos convulsos, pero esto no es una novedad. En la película el protagonista demuestra que los pobres siempre lo fueron, siempre estuvieron ahí, en medio de una sociedad ajena a su existencia. El actor interpreta a un vagabundo que, una noche cualquiera, se encuentra en el lugar y momento adecuado y coincide con un multimillonario que influirá en el devenir de su destino.
Pero no es el quién le cambiará la vida… una existencia en la que no hay apenas motivaciones se ve interrumpida por la aparición de una bella florista. El pobre vagabundo se queda prendado de ella y apenas repara en un detalle importante: es ciega.
El resto es historia, una historia que se ve venir, claro que sí. Ahora ya lo sabemos todo. Pero en esa época todas las historias de amor estaban por inventar, quedaban ilusiones, propósitos de ser mejores y todavía se podía encontrar el amor al volver cualquier esquina. Y cuando la ves, todo ese tiempo, aquellos valores y sueños, renacen durante unas horas. Lo más fascinante de Luces de la ciudad es la fuerza en los ojos de Virginia Cherill, esa florista ciega que es capaz de encerrar tantas emociones en una mirada fija, al vacío, al infinito.
Una mirada que nos va mostrando el encanto invisible pero palpable de un vagabundo sin nada en los bolsillos que llena la pantalla con sus tonterías, sus historias absurdas y su mala suerte. Pero que esconde una magia tan especial que ni siquiera se puede apreciar a simple vista.
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