Estoy sentada escribiendo esto delante de un lago en el que se refleja un impresionante castillo del siglo XIX, y a ratos me parece mentira. El sonido de las teclas de mi Mac rompe un silencio en el que el puedo escuchar el sonido del viento. ¿Tú sabías que sonaba tanto? Nunca me había parado a escucharlo, porque el ruido, las prisas, la locura, me impedían hacerlo. Pero sí que suena y de una forma que me calma y me relaja y pienso en que no quiero que este momento termine. Que, tal vez, escribiendo lo que siento ahora mismo, consiga retenerlo entre mis dedos y hacer que se vuelta eterno.
El budismo es una religión diferente a las otras que conozco. Hace mucho tiempo una amiga me dijo que eso era porque no era una religión si no una filosofía de vida y, de alguna manera, me sentí insultada. Desde niña me enseñaron la necesidad de respetar las creencias de cada uno y es algo a lo que siempre le he dado una especial importancia. Pero no ocurre así conmigo. En mi entorno poca gente entiende o comprende mi camino espiritual y son muchos los que lo juzgan desde el falso púlpito de la verdad absoluta. A mi me da igual la mayor parte del tiempo, pero hay otras ocasiones, como cuando pongo toda mi energía en preparar las ofrendas y quiero compartir mi ilusión con los míos, en los que las criticas y burlas si que me entristecen.
Era muy pequeña cuando descubrí la historia de Buda y me impactó, no se explicar el motivo. Supongo que sonaba muy similar a los cuentos que solían ilustrar mis días. Pero aquel príncipe que renunció a todo para encontrar el sentido de la vida se convirtió en mi referente. Pero no se lo conté a nadie porque siempre pensé que ser budista era mi secreto, mi tesoro.
Con 15 años, y por vicisitudes del destino, descubrí estas palabras de Buda, las copié a mano y las colgué en mi cuarto.
«No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos. No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen. No creáis en nada sólo porque así lo hayan creído los sabios en otras épocas. No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os inspira. No creáis en lo que dicen las Sagradas Escrituras sólo porque ellas lo digan. No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano. Creed únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen de la razón y a la voz de la conciencia».
Desde entonces han sido mi única certeza. No creer en nada, cuestionar todo, someterlo a mi propia voz interior y, cuando esa voz diga que es cierto, entonces empezar a creerlo. Me dan mucho miedo las masas, el borreguismo y el pensamiento único. Me encanta hablar con personas de distintas razas, religiones y lugares para darme cuenta de que no sé nada. Que todo lo que doy por hecho, por sabido, por seguro…son simples reflejos en el agua de este lago.
Una vez comenté en el trabajo que me iba de retiro ese fin de semana y preguntaron extrañados: – ¿Eres budista? – no sé, respondí, supongo que sí o al menos lo intento. Esa descripción no les sirvió porque a las mentes cerradas siempre les hacen falta etiquetas absolutas que estructuren su mundo. Y una de esas personas me dijo: – a ver dime ¿Por qué debería ser budista? Convénceme.
Creo que es la frase más absurda que he escuchado en mi vida, ¿cómo puedes pedirle a alguien que te explique algo tan intangible y absoluto como es la fe? ¿de qué manera podrían unos argumentos 100% personales llegar a convencerte?
Y aunque fuera posible ¿quién quiere que sus creencias, ideas, aquello que le da fuerza al conjunto de su vida, haya sido delimitado por otros?
Tal vez el budismo se acerque más a la filosofía que a la religión por su capacidad de cuestionarlo todo y obligarte a pensar. La primera vez que llegué a un centro budista fue por casualidad, me iba a vivir a Barcelona con mi pareja de entonces, la persona que fue la parte más oscura de este camino que hoy os cuento, y medio en serio medio en broma busqué en Google sitios para vivir gratis en Barcelona. He vuelto muchas veces al recuerdo de aquellos días en Montserrat, a todo lo que aprendí, a ese primer fulgor que enciende la chispa de lo que serán nuestras vidas.
Después lo olvidé mucho tiempo y me perdí en la oscuridad de los días no vividos. Pero esas sensaciones viajan conmigo y renacen cada vez que cierro los ojos y vuelvo a escuchar esta canción.
A lo largo de los años el budismo me ha acompañado y se ha convertido en mi centro de equilibrio y mi refugio. El lugar al que volver cuando el mundo era demasiado pesado para soportarlo. Recuerdo a aquella niña perdida que llegó a un lugar en medio de la montaña con muchas preguntas que ni siquiera sabía formular. Allí descubrí algo que me dolió en su momento pero que me ayuda cada vez que estoy perdida: lo único que podemos controlar son nuestros propios sentimientos. De aquellos días oscuros nacieron estos días de sol y calma y siento que hoy me toca devolver una parte de todo lo aprendido.
Ir a terapia te enseña que no somos tan especiales como creemos, ni tan incomprendidos como gritaban nuestras vestimentas adolescentes. Es frustrante saber que no eres la única persona en el mundo que siente ese dolor, esa soledad infinita, esa tristeza tan enorme que es capaz de llenar la fiesta más divertida. Al principio te duele en el ego saber que no eres distinto, pero después llega la calma y comprendes que estás en el lugar en el que estaban aquellas personas que te guiaron en los tiempos oscuros.
Esta es la historia de un camino espiritual, el mío. Totalmente subjetivo e influenciado por mis propias vivencias personales. Pero una vez me explicaron que Buda no dejó sus preceptos como un dogma que debíamos cumplir sin condiciones, que va. Nos dejó una serie de elementos, los suyos, que a el le sirvieron para encontrar su propia relación con el mundo. Porque aquí os puedo contar muchas cosas sobre el budismo, dejaros libros para leer y reflexiones de grandes personajes. Pero toda la esencia, la verdad, el fin último de esta religión no la encontrarás en ningún sitio, porque, de alguna manera, ya viaja contigo.