Siempre he pensado que existe mucho de valentía en aquellos que deciden poner fin a sus vidas. Todo el mundo los critica, culpa a la cobardía y los acusa de dejar el dolor a sus familias y de alguna forma de tomar el camino fácil. No hay nada fácil en el hecho de acabar con todo lo que conoces, con infligirte dolor a ti mismo y tomar la determinación que marcará para siempre a la gente que te quiere.
En la carrera aprendí que los medios debían tratar con delicadeza estos temas, y tantos otros, ya que existen estudios que demuestran el posible efecto contagio tras conocer estas noticias.
España no vive su mejor momento, y por mucho que traten de vendernos un futuro prometedor, las cosas no van a cambiar. Y mientras, decenas de personas ven peligrar su futuro, sus casas, su salario y el pan de sus hijos.
Es tan duro como suena y es una realidad del día a día, ¿qué cambia que empiece a aparecer en los medios todas las personas que se suicidan?. No va a cambiar la realidad, pero producirá un efecto que los medios se han empeñado en promocionar durante los últimos años, la normalización.
Debemos agradecerles a ellos que las imágenes de inmigrantes desesperados, hundidos y con sus últimas esperanzas. Que ni siquiera llegan a alcanzar las costas de su particular paraíso convertido en infierno, se conviertan en una estampa normal de los telediarios al mediodía. Gracias a ellos, empezamos a contar las victimas de violencia de genero como si de simples números se tratara, convirtiendo a esas mujeres maltratadas en meras estadísticas que revisar a final de año. Ahora llega la época de los suicidios, y en menos de una semana ya han informado de dos casos, con esa falsa sensibilidad que trata de enmascarar el morbo en solidaridad con el fallecido.
Informar o no informar, no creo que radique ahí la cuestión, el problema no está en el contenido, está en el tratamiento, en la falta de profesionalidad de la que hacen gala esos medios que parecen revitalizarse con noticias macabras. Padres que asesinan a sus hijos, asesinos que enmascaran su crimen tras un supuesto enamoramiento y finalmente los suicidios. Como vampiros sedientos de sangre, los medios españoles muestran la peor de sus caras y corren en pos de la noticia más morbosa y si se puede alargar durante el mayor tiempo, entrevistar a doloridos familiares que ni siquiera saben que responder y mostrar imágenes que hurguen en la herida, mejor que mejor.
Un suicidio esconde la soledad, el dolor, la desesperanza más absoluta y el miedo que lo llena todo. No nos dejemos manipular, tenemos que despertar y ver la persona que se esconde detrás de la noticia. Que los medios hayan perdido el rumbo no significa que tengan que arrastrarnos con ellos.
Para terminar dejo este texto que me marcó cuando abrí por primera vez mi historia favorita, me gustan los prólogos porque esconden todo aquello que el autor no ha tenido suficiente espacio para incluir. Y el de V de Vendetta habla de todo lo que se me ha olvidado o no he sabido explicar aquí.
Hace algunas noches, de camino a casa, entré en un pub y pedí una Guinnes.
No miré el reloj, pero sabía que aún no eran las ocho en punto. Era martes y de fondo podía oír la televisión, que emitía el último episodio de Eastenders, un culebrón sobre el día a día de la desvergonzada y alegre clase obrera de una zona mítica y decadente de Londres.
Me senté en un banco y cogí una copia de un periódico gratuito que alguien había dejado en el asiento de al lado. Ya lo había leído antes. No tenía muchas noticias. Dejé el periódico y decidí sentarme en la barra.
Esa noche no había mucha actividad. A lo lejos podía oírse el murmullo del televisor por encima de la charla de la gente del bar y el sonido de las bolas de billar chocando entre ellas.
Después de Eastenders empezó Porridge, la reposición de una comedia de situación acerca de un desvergonzado y alegre prisionero en una cómoda, decadente y nada opresiva prisión victoriana.
Tras la barra, de un modo casi imperceptible, desde las botellas situadas hacia abajo los licores goteaban. Contemplé como las gotas de whiskey y vodka se unían en su silenciosa caída.
Acabé mi bebida. Levanté la mirada y el camarero me la devolvió, “¿Una Guinnes?”, preguntó, mientras iba ya a por otro vaso helado. Moví la cabeza en señal de afirmación.
La mujer del camarero llegó y comenzó a ayudar con los pedidos de los clientes.
A las 20:30, después de Porridge, empezó A question of Sport, un sencillo concurso con un panel de preguntas con famosos deportistas desvergonzados y alegres que respondían a preguntas sobre otros famosos deportistas tan desvergonzados y alegres como ellos…
La jovialidad reinaba.
“Le diré al barman que las botellas gotean”, pensé.
Las noticias de las nueve siguieron a A question of Sport, al menos durante 40 segundos hasta que apagaron la televisión y una alegre y desvergonzada música pop ocupó su lugar.
Miré de nuevo al barman. “Sólo la mitad esta vez”, le dije.
Mientras me llenaba el vaso, le pregunté con solemnidad por qué habían apagado las noticias. “A mí no me pregunte, ha sido mi señora”, replicó de un modo alegre y desvergonzado, mientras el objeto de sus bromas trajinaba en un rincón del bar.
El goteo de las botellas dejó de importarme.
Acabé mi cerveza y me fui, casi seguro de que la televisión permanecería en silencio el resto de la noche, ya que después de las noticias de las nueve se emitía Los niños del Brasil, una película con muy pocos personajes alegres y desvergonzados en la que un grupo de nazis crea 94 clones de Adolf Hitler.
Tampoco hay muchos personajes alegres y desvergonzados en V DE VENDETTA, que es para las personas que no apagan las noticias.
David Lloyd
14 de Enero de 1990