La vida es una sucesión de hechos caóticos sin explicación. Al menos eso es lo que yo pensaba casi, cada día. Creía que el mundo no tenia ningún sentido que había una especie de ser superior jugando con nosotros como si de marionetas se tratara. En realidad es muy cobarde pensar eso. Culpar a algo intangible de nuestras desgracias nos exonera de responsabilidad. Es mucho más fácil caer en el tópico típico de quejarnos de nuestra mala suerte preguntándonos que habremos hecho para que todo nos salga mal. Pues algo malo seguro.
Y no tiene nada que ver con la idea budista del karma, ni con el castigo divino de otras religiones. Estamos aquí y ahora. No hay más, no existe nada más allá de esa realidad. Y ni siquiera podemos estar seguro de ella. ¿Qué certezas nos quedan entonces?.
Un punto de inflexión en el que toca pararte a pensar si realmente crees lo que piensas o simplemente ansias creer en algo. Porque tener fe es necesario y muy práctico, al margen de lo que en un principio podamos pensar. Tener fe nos ayuda a enfrentar la vida. Nos obliga a no pensar que todo es una sucesión de hechos caóticos sin orden ni concierto. Es mucho más bonito, más poético incluso, pensar que hay un plan previamente escrito. Que alguien ha marcado la hoja de ruta para que sigamos.
El libre albedrío vuelve loco al ser humano. Eso lo saben las religiones y basan en esa carencia sus fortalezas. Si aceptas la idea de que nada está escrito, todo es posible, pero también todo puede ser imposible. Y hay un único elemento diferenciador en todo este asunto y eres tu mismo. Las ideas que pasan por nuestra cabeza, los ideales, las sensaciones, pensamientos y motivaciones que nos llevan a tomar un determinado camino. Uno en el que siempre tenemos oportunidad de elegir. Pero preferimos no creerlo. Pensar que son otros los que toman las decisiones por nosotros de manera subliminal o que todo lo que nos rodea nos empuja en determinada decisión.
Antes también creía eso y culpaba a los demás de mis problemas. Eso me llevo a momentos muy oscuros y dispersos en los que no entendía porque todo me tenía que pasar a mi. En esos tiempos olvidaba que yo tenía todo el poder sobre mi vida. Y por tanto, era la única responsable de lo que me pasaba. Entenderlo me ha llevado más de 29 años, casi 30. Iba a poner que me ha llevado casi 5 porque es el tiempo que llevo buscando respuestas. Pero no es verdad. Si empiezo a llegar ahora a todas estas conclusiones es porque antes no he sido capaz de hacerlo. Por tanto ahí lo llevas, casi tres décadas creyendo en realidades inventadas para ocultar la triste realidad. Soy la única responsable de mi vida.
Aún así todavía me cuesta creer que no haya nadie poniéndome miguitas de pan para que no me desvíe demasiado del camino. Y si no hay nada ni nadie que nos controle, tendré que creer que soy yo misma quien cuida de mi. Quien evitó el desastre tantas veces. Quien hizo que me alejara de el y salvara mi alma.
Solo porque necesitaba sentir. Algo. Pena, rabia, dolor, cualquier cosa que me recordara que seguía viva. Porque a veces lo dudaba. Por mi me habría sentado a ver pasar las horas sin ninguna motivación ni ganas de vivir experiencias. Ni siquiera era capaz de hacer que todo acabara. Lo único que necesitaba era no existir. Pero sin necesidad de tomar ninguna decisión. Esperaba que alguien la tomara por mi. Y como no llegaba el final me lancé de cabeza al abismo. Al primer agujero negro que encontré. Deseando que mi alma se consumiera en grandes llamaradas, ardientes, inmensas, tan llenas de dolor y caos que me hiciera olvidar la vacuidad.
Necesitaba sentir que este mundo era real. Que no era un sueño más que acabaría dejándome con mas preguntas y menos respuestas. Y pensé que tal vez la vida era eso, sufrimiento. Porque el dolor se siente tan real que parece que exista. Pero no existe, nada existe más allá de la mente que lo crea todo. Y la mía se perdió hace unos años y decidió dejarme sola luchando contra fantasmas. Algunos reales otros inventados.
Cuando pienso en el estoy completamente segura que no existe. Por eso, si alguna vez me encuentro con una foto, una carta o mensaje suyo sufro un colapso. Es como si al despertar encontraras un objeto que habías visto en tu sueño pero sabías que en la vida real no tenías. Desconcierta que exista. O que parece que existe. Porque en mi mente es un recuerdo lejano de un personaje que creé para encontrar las respuestas que no era capaz de entender por mi misma.
A mi imagen y semejanza. Ahora lo acepto por mucho que me duela admitirlo. Me miré en un espejo durante dos años sin entender que lo que veía era mi propio reflejo. Intensificado, eso sí, para que lo entendiera. Algo dentro de mí eligió a mi alter ego para mostrarme el camino que me esperaba si seguía así. Como terminaría si no dejaba de autocompadecerme y culpar a los demás de los dramas que yo misma inventaba.
Es muy difícil aceptar la responsabilidad la primera vez que te lo dicen. A mi me gusta llamarlo culpa. Aunque el budismo y las personas que me rodean no entiendan este término. Es una palabra que me gusta muchísimo. Define lo que considero esencial en la vida. No es solo tu deber ser feliz, también es tu culpa no serlo. Y dejémonos de paternalismos y frases de Mr Wonderful. Si tu vida es una mierda es tu culpa.
Y en el momento que entiendes esto todo parece una mierda y piensas que eres gilipollas. Pero es que lo eres. Porque llevas toda tu vida pensando que son los demás los que controlan el mundo y todo ese tiempo tenías en el bolsillo el mando para cambiar de canal cuando te apeteciera.
Pues te jodes y espabilas, que diría mi mejor amiga. Es así, si te pasan cosas malas, pues te jodes, la vida no es fácil. Y después te espabilas y haces algo por cambiarlo. Cuando tenía diez años entendía el mundo mucho mejor que con veinte. Pero en algún punto del camino me perdí y he pasado un calvario hasta encontrarme.
Soy feliz, aquí y ahora. Soy feliz dentro de mi. Soy feliz cuando estoy sola porque estoy conmigo. La persona que más quiero en el mundo. Soy feliz porque escribo, creo, imagino y sueño. Me permito la libertad de decir locuras y ser yo. Y me da igual el mundo porque se que no existen. Yo tampoco existo pero mientras esté aquí voy a disfrutar este sueño.
En mis sueños lúcidos siempre lo tuve mucho más claro. En el momento que comprobaba que era un sueño dejaba todo lo que estaba haciendo, ignoraba a los que me rodeaban y me ponía a volar. A ser libre. Supongo que el hecho de saber que todo, vigilia y sueño, es una creación de mi mente, en vez de relajarme me agobiaba. No entendía el sentido de vivir algo que no era real. Y la búsqueda de una realidad tangible me agobiaba.
La primera vez que escuché hablar de la vacuidad los tomé a todos por locos. Y dije “como no va a existir esta mesa si la estoy tocando”. Que frase mas absurda. Y mucho más teniendo en cuenta que he tocado objetos en mis sueños y eran completamente tangibles. Incluso han llegado a quemarme. Y aún así era tan necia que creía en la existencia de algo por el simple hecho de poder tocarlo, olerlo, sentirlo.
Ahora empiezo a entender, a despertar. Pero se que me queda un largo camino. Tenía mucho miedo de aceptar que realmente no existe diferencia entre mis sueños y la supuesta realidad.
Me he liberado del yugo de la permanencia y la estabilidad. En este momento no siento que tenga que esperar nada ni tengo la certeza de que vendrán tiempos mejores. Pero cuento con la convicción de que lucharé por inventar el sueño en el que quiero vivir. Y eso intento cada día. Y doy gracias por los malos momentos. Fue como el infierno que describía Dante. Pero mucho peor. Porque en ese momento no sabía que el martirio era producto de mi mente y dejé que me afectara y nublara mi mente.
Porque no puedo controlar nada más. Si tengo ganas de meterme en la piscina lloverá, si tengo hambre no quedará comida y si espero terminar pronto me dispersaré en mil problemas banales. Pero siempre, en todos y cada uno de esos momentos, mi mente tendrá la posibilidad de elegir. Elegir la ira, el odio, el enfado. Elegir odiar el mundo que me rodea y culpar a los demás de mis problemas.
Pero también podrá elegir la paz y serenidad. Cambiar de planes y actuar de otra manera. Porque tengo las claves y si no las uso es mi problema. Así que me tendré que joder y espabilarme si quiero entender algún día porque no me he despertado todavía.
No me agobia que todo lo que me rodea sea un sueño porque ahora se que aquí también tengo el control. Y es exactamente el mismo. En mis sueños lúcidos no me importa lo que los demás piensen pero seguro que las reglas del juego son las mismas. Y ahí tampoco puedo controlar lo que hacen los demás, pero controlo mi mente. Y si a mi mente le apetece volar, volamos.
Te he echado de menos durante años y años. Y siento haberte relegado a un rincón de la memoria en el que no se te escuchaba. Necesitaba sentir el dolor, la rabia y la ira más letales para decidir dejarlas de lado. Nunca quise vivir la vida a medias, todo o nada, y sigo pensando lo mismo.
Espero que todo el mundo que quiero pueda llegar algún día a esta conclusión y que yo no lo olvide. Porque lo he olvidado muchas veces a lo largo del camino. Y empezar de cero, ahora que ya casi veo la meta, es un poco absurdo.
Sigue cantando, riendo, creciendo, nada importa. “Todo en la vida es sueño. Y los sueños, sueños son”