Imagínate que te ofrecen un viaje a Grecia, todo incluido y lo único que tienes que hacer es encargarte de acompañar al grupo y hacer que se diviertan. Ok, soy una persona sociable (o lo era antes de mi modo ermitaño post pandemia). Parece fácil.
Diario de viaje. El comienzo de la Odisea
Hace tres días vi en Instagram un anuncio de coordinador de viajes, era de esos que rellenas un formulario y luego te llaman. Vaya, los que siempre les recomiendo a mis clientes que usen, pero de los que en el fondo nunca me fío. Pues ese día, me pilló con la guardia baja, no me había tomado la vitamina D o qué sé yo, el caso es que lo eché y efectivamente, al momento me escribieron por WhatsApp. Eso fue ayer y ya me escamó el asunto. No me gusta ni hablar con mis amigos por ahí voy a hablar con esta señora que no conozco de nada.
- Mira pensaba que esto era una oferta real, de ser así tenéis mi correo y me puedes mandar toda la información (adiós, señora de la estafa piramidal, gracias por la oportunidad. Voy a postular en Herbalife)
- No, no, si es una oferta real solo que estamos agobiados porque nos ha fallado otro coordinador y necesitamos cerrar una entrevista lo antes posible contigo ¿te va bien?
Mientras confirmaba ya empezaron mis sospechas, pero en fin… con el año de mierda que llevaba ¿qué más me podía pasar en la vida?
Primer paso. La formasió ¡Bienvenida a nuestro hogar aquí serás feliz siempre!
La chica me hace una entrevista en la que hablo yo más que ella y me termina explicando su vida y seguro que al colgar piensa ¿yo por qué le he contado eso a esta tía? Te jodes, soy periodista y tus preguntas son más aburridas que las mías. Por su parte se interesa por todos los países en los que he vivido y a los que he viajado y después de exponerle la lista, esperando que me mande a alguno de los que conozco me salta:
- ¡Ah genial! Pues te vas a ir a Grecia
- Sorry? ¿Y allí que se habla?
Lo único que sé de Grecia es que fue la cuna de la democracia y la principal víctima de la misma (bueno, vale, del capitalismo, pero para el caso..)
- Tú no te preocupes, no vas como guía si no como coordinadora, además nosotros nos encargamos de todo, reservamos cada hotel, ferry y avión y solo tienes que mantener el grupo unido y animado. Vale, eso puedo hacerlo creo que recuerdo como ser simpática, buscaré mi careta de publicista que debe estar guardada con los recuerdos del lado oscuro.
Todo es muy happy, son un equipo multidisciplinar (nota mental: cuando oigas esa palabra huye, que parece que no escarmientas) y… la red flag definitiva: son como una familia. Ahí debería haber huido, pero no, me quedé y escuché que además tampoco me pagarían porque en fin, era un viaje con todos los gastos cubiertos y si los viajeros dejaban buenas críticas me darían un extra. No lo dudo, ¿Viajar gratis? ¿Qué podría salir mal?
Joder yo del pasado, que has sido responsable de Marketing y Publicidad… que tú creabas telarañas de ese tipo. Pues ahí estaba yo haciendo lo más práctico en ese momento ¿leerme el documento de viaje cutre que me han mandado?,¿echarle un vistazo a la guía de Grecia que le he robado a mi tía?
Algo mucho mejor, crearé un tablón en Pinterest a ver que me llevo de ropa. No vaya a parecer yo una cateta. Claro que mi tía y mi madre me convencen de que me van a robar y me atan un monedero al cinturón. De camino al aeropuerto de Madrid soy una mezcla entre moderna que lleva canotier y Paco Martínez Soria, hasta llevo un bocadillo de atún para comerme antes de entrar.
Día 1. La llegada: descubriendo las maravillas de Google Maps
Han previsto que esté allí un día antes que el resto para tenerlo todo controlado antes de que lleguen. De momento no me he perdido, dios bendiga a Google Maps, que tú pones un sitio y te lleva. Creo que el grupo que me ha tocado no lo sabe porque no dejan de preguntarme cómo lo hacen para llegar así que les explico las maravillas de esta herramienta. A ver, no todo el mundo domina la alta tecnología como yo.
Al llegar al hotel todo empieza a complicarse, casi nadie habla inglés y me he dado cuenta que mi B2 es tirando a -A, aproximadamente. ¡Mira que le pregunté a la happy flower de la entrevista! Ya sabía yo que aquí no hablaban mi idioma.
Entre que la agencia ha tenido la genial idea de reservar a su nombre y no al mío sin avisarme y que la recepcionista no habla inglés, vivo una delirante conversación en la que puede que haya vendido mi alma por una cabra, pero el caso es que cuela. Me piden que espere porque mi habitación no está aún lista. Bueno, son las nueve de la noche, pero no seré yo quien critique las costumbres de un país nada más llegar.
Me siento en un sillón y empiezan a acribillarme los mosquitos. ¡Me cago en la puta! si estamos en un sitio cerrado ¿por dónde han entrado?, en 10 minutos tengo las piernas como si viniera de recorrer el Amazonas y pienso que total… llevo un refajo con billetes atado al cinturón, si saco el Autan ahí en medio tampoco quedaré tan mal. Menuda peste lío…la gente se levanta de la zona de networking disimuladamente, pero yo sé el verdadero motivo. De nada ¿eh?, gracias a mí estáis inmunizados ante las picaduras.
La chica de recepción me saca de mis cavilaciones y me da una llave ¡por fin!, me pide disculpas mil veces por el retraso y le contesto que no pasa nada mientras me dirijo feliz a mis aposentos. Si me doy prisa, puede que encuentre un sitio donde comer ¡me muero de hambre!. Llego al piso indicado, meto la tarjeta y me encuentro una habitación con todas las luces encendidas, ropa revuelta por la cama ¿me han robado antes de llegar?, ¿comparto habitación con alguien que lleva días viviendo aquí como si fuera una leonera? Is this the real life? Is just a fantasy?
Vuelvo a bajar arrastrando mi maleta a la que Iberia le ha roto las ruedas delanteras en el viaje. No tenía tiempo ni ganas de reclamar y ahora pasaré una semana con una maleta torcida a la que no puedo dejar sola porque se cae hacia delante.
La chica de recepción susurra algo al compañero cuando me ve llegar, a mí tampoco me caes bien, bonita. Le cuento la historia y se queda flipando. Llama y grita por teléfono y vuelve a pedirme disculpas. En ese momento, en el que yo tengo más ganas de llorar que de dormir o comer, aparece un cuarentón sexy y atractivo que se presenta como el Costumer Experience del sitio y me invita a subir con él a la terraza a disfrutar de las vistas mientras preparan una nueva habitación.
Habla un inglés que entiendo así que no era yo, thanks God, no tengo que borrar el título del currículum al volver a España. Al subir, las vistas me dejan sin habla, el Partenón está enfrente, justo ahí. Ya era hora, Grecia. Encantada de conocerte. Mientras brindamos con una copa de rosado me cuenta que su misión es hacer que los clientes tengan aquello que desean y me guiña un ojo… no me importaría que cumpliera esta noche mis deseos… comer y dormir. ¿Se lo pido o será demasiado pronto?
Lo llaman y aprovecho para escapar, no puedo permitirme una cita ahora mismo sudada y con el ataillo de los dineros que se va a caer al suelo en cuanto me baje los pantalones, haciendo sonar las monedas.
Así que me siento en una hamaca y admiro la belleza que me rodea. Levanto mi copa y brindo por las aventuras que van a comenzar en breve. A un minuto de alcanzar el Nirvana, me llega un mensaje. Ya hay viajeros allí y uno de ellos se aloja en mi mismo hotel así que quedamos en que me acompañará a cenar. Justo en ese momento mi crush griego me avisa que mi habitación está lista y salgo corriendo a por mi maleta para dejarla y poder comer. El pobre se queda ahí buscando otras personas con las que hacer el costumer journey hasta el final…
¡La habitación es genial y la cama enorme! Pero no tengo tiempo para tonterías bajo y el único sitio abierto es un local que me parece pintoresco y exótico.
¡Hemos venido a jugar!, miro la carta y al lado de los nombres raros intuyo raciones de delicias que cuestan menos de 3€ así que empiezo a pedir platos sin traducir como si estuviera en un buffet libre, eso sí, el agua, embotellada. Y en esas circunstancias me encuentra el primer viajero, rodeada de platos gigantes con cosas extrañas que se parecen en una sola cosa: todas ellas nadan en salsa de yogur, las dulces, las saladas. Intento parecer profesional, pero él ya se ha dado cuenta que bien no estoy.
Subimos a la terraza y el experience buenorro, al verme volver acompañada, me saluda con resignación con un leve gesto de la cabeza. Fijo que en este viaje no follo. No debería haberle hecho caso a mis amigas y comprar la caja de 12 condones con lo caros que están…
Día 2. En Atenas nació la democracia y luego se independizó para no volver
He dormido de maravilla y me levanto feliz, los otros dos que están por allí van a ir a su bola hasta que el resto llegue por la tarde. Genial, recorreré la ciudad sola. En dos cafeterías no me dejan sentarme porque aún no tengo el pasaporte Covid, me cago en el covid, la falta de vacunas en mi centro de salud y en la casuística de que tuviera la segunda dosis el mismo día del vuelo.
Al final encuentro una callejuela llena de cafeterías preciosas e instagrameables en la que no les importa nada ni mi PCR ni mi falta de pasaporte. Claro que eso se refleja en el nivel del sitio… el primer café que me tomo me hace irme corriendo al baño. Vuelvo y me termino lo que había acordado con el camarero que sería una tostada de mantequilla y mermelada y resulta ser un sandwich mixto. Dicen que los griegos son muy estoicos aunque empiezo a sospechar que les suda la polla lo que tú quieras.
Tras ese desayuno, paseo, descubro rincones y me hago amiga de la chica de una tienda de souvenirs que estudia filosofía española ¡qué casualidad! ¡Yo también estoy desperdiciando mi vida con un Doctorado en Filosofía! Nos falta abrazarnos y bailar en comunión de fracasadas. Pero tengo que irme, los viajeros están llegando.
Empiezo a conocer a la gente y, así en general, los miembros del grupo me parecen majos, pero joder, que llevamos casi un año sin ser sociables ¿se supone que tengo que ser amable con esta gente durante todo el día? El drama aumenta, las habitaciones son compartidas así que me tocará ser simpática hasta en la cama. Y ahí precisamente, es donde menos compasión suelo mostrar.
Al día siguiente tenemos un vuelo a Santorini a las 7 de la mañana y a las 4 sigo siendo incapaz de sacar a esta gente adulta que parecen adolescentes eufóricos y no dejan de pedir copas en la terraza del buenorro que ha pasado de querer cumplir mis deseos a desear matarme.
Día 3. Nos vamos a Santorini, no quiero reproches
5:30 a.am. Estoy en el Hall del Hotel esperando que lleguen el resto del miembro de esta especie de tribu en la que me he metido. No puedo dejar de recordar como los tuve que sacar a rastras de la terraza anoche y a los que se quedaron en los rellanos mientras yo desistía y me retiraba a mi habitación. Espero que si todo terminó en orgía fuera rapidita, como perdamos el vuelo me mato.
Empiezan a bajar con gafas de sol que ocultan los efectos de la resaca y llegan los taxis y ¡todavía me faltan dos! Hago como que me acuerdo de quiénes son pero…¡ni puta idea! a estas horas no me acuerdo ni de mi propio nombre.
¿Qué hace tanta gente despierta a estas horas en este maldito hotel?, ¿dónde van? ¿Qué ocultan? ¿Por qué no llega el puto ascensor? Subo corriendo las escaleras ¡no hay tiempo para esperar los ascensores! (parece una buena idea hasta que recuerdo que esas dos precisamente están en el cuarto piso…) llego exhausta y aparecen por el fondo del pasillo arrastrando sus maletas y ganas de vivir mientras yo internamente me empiezo a plantear que no creo que los libros estoicos que mi psicólogo me ha obligado a leer estos meses previos, sean suficientes.
Respira, es el primer día. Bajo, hago recuento y ahora sí, estamos todos, se suben en los taxis y les advierto a los que van en el otro que no paguen nada ¡aquí está todo pagado! (por ellos claro, que han tenido que hacer un mocho para desplazamientos ¿todo incluido?, niños, leed siempre la letra pequeña) El señor taxista tiene ganas de hablar y yo de morirme así que hago como que no hablo demasiado bien inglés, que la verdad es que cada vez estoy más segura de este punto, y me deja tranquila un rato.
Llegamos con el tiempo justo para facturar las maletas, tengo que ir corriendo de uno a otro mostrador arreglando desaguisados y faltas de entendimientos. Digo yo, si abres las fronteras para recibir al turismo, tienes que tener previsto que irá gente ¿no?, pues aquí pensaban que no pasaría y les estamos tocando mucho los cojones con nuestras ganas de viajar entre sus islas. Nunca había sentido tanto odio en mi entorno, y eso que trabajé años en una agencia de publicidad. Los griegos te odian. ¿Sus motivos?, estás en su país y no entienden por qué ¿turismo, capitalismo, auge de los viajes tras una pandemia?, a ellos les importa una mierda.
Cuando creo que ya hemos pasado todos los controles, tengo que enfrentarme al reto de reprimir las ansias consumistas que nos invaden a todos cuando llegamos a un Duty Free. Algo que en el fondo hace años sabes que es absurdo porque en la perfumería de tu barrio están más baratos los perfumes y ya nadie compra tabaco y alcohol a granel como si fuera un contrabandista en época de ley seca. Pero da igual, esas luces brillantes, los letreros con letras blancas sobre fondo rojo. Son un reclamo publicitario tan banal y cutre y, sin embargo, las colas en las cajas demuestran que sigue funcionando. ¡Mierda!, ya me he puesto a divagar y se me han perdido dos. Me pongo a llamarlos y los veo felizmente tomándose un café mientras el resto me empiezan a odiar porque a ellos no los he dejado pararse. Ahora entiendo por qué mi amiga dejó de trabajar en la guardería.
Despega el avión con todos dentro, y uno de ellos (el que mejor me cae, pero que no se me note demasiado) se sienta a mi lado y de repente se activa. Los nervios le desatan una verborrea imparable fruto de su emoción, el resto se han dormido y yo me apoyo en la ventana y, aunque sé que es de mala persona y peor coordinadora, me hago la dormida todo el viaje. Pero a él no le importa, nos va narrando todo lo que pasa por si acaso…
Día 4. En busca del Quad perdido
Nuestro primer día en Santorini no es como me lo imaginaba. Desde luego el “hotel” en el que nos han colocado, no salía en mi tablero de Pinterest. Además, lo de que estamos en Santorini, es relativo… ¿Qué debería haber mirado bien el mapa? Cierto, pero que nos la han colado, también. Llegamos exhaustos, sin apenas haber dormido, sin desayunar y todos con una resaca brutal. Yo no, mi ansiedad es suficiente para mantenerme activa durante días.
Así que le suplico al señor del alojamiento, en el que por lo menos tenemos desayuno incluido, que nos deje hacer uso de ese derecho. Que un trozo de pan y un vaso de leche no se le niega a nadie. Vale, me dice, pero tenéis 10 minutos porque acaba ya y van a empezar a recoger. Perfecto, suficiente. Corro para informar a mis hambrientos Argonautas que están a un paso de comerse entre ellos o matarme a mí, apostaría por la última opción así me libran de lo que me queda. Pero la posibilidad de un café calentito con tostadas los calma ¿ves Grecia?, los españoles somos gente de bien, fácil de contentar.
Vuelvo dentro a hablar de lo único que funciona aquí: el dinero. Me pide pagar en cash y le digo que como comprenderá no soy Amancio Ortega ni el Señor Burns, no llevo billetes de 1.000 euros en mi riñonera cutre amarrada al cinturón. Eso le decepciona un poco, pero lo termina aceptando y saca el datáfono con resignación.
Es bastante simpático, me llama de una forma extraña y yo, que llevo toda la vida rectificando la forma de pronunciar mi nombre correctamente (parece fácil si no piensas en una niña que sesea y le ponen un nombre con Z) se lo apunto. Pero dice que ha decidido llamarme así que me pega más, estamos estableciendo límites en nuestra relación. Creo que esto se podría considerar responsabilidad afectiva.
Hablando de relaciones, el estrés del día a día me impide conectar con los míos, mando mensajes crípticos que tienen a toda mi familia preocupada especulando. Ni siquiera he postureado en instagram por si esto es una estafa piramidal para que nadie me relacione con esta gente. Tanto es así que anoche descubrí que solo tengo fuerzas para enviar tres mensajes al día: a mi familia, mi mejor amiga y a ese chico que aún no es nada, pero tanto me gustaría tener aquí conmigo.
Mientras divago sobre mi crush y la relación que estoy estableciendo con este señor mayor y pasota, aparece chillando la tercera en discordia: su señora. Empieza a gritarle al amable señor y a dar golpes en el mostrador mientras me mira y me señala con el dedo.
El pobre hombre solo asiente con resignación y le hace gestos de que se vaya. Lo hace, pero su última mirada me hace fijar una nota mental de cerrar con llave la habitación cada noche. Me explica lo sucedido, uno de los míos, ha cogido una tostada con la mano y ¡Virgen Santísima! ¿No usáis en España las pinzas para coger las cosas? Claro que no señor, allí comemos con las manos, todos directamente de la misma olla y luego nos limpiamos en las mangas de las camisetas.
Pero en vez de eso, vuelvo a bajar las escaleras corriendo y busco al culpable que es mi nuevo mejor amigo de viaje. Le echo la bronca y me explica la situación ¡sólo quedaba esa tostada y ya no había nadie aparte de ellos! aún así vamos juntos a pedirle perdón a la señora que asiente mientras limpia la encimera con rabia. Parece que nos perdona, aunque ambos sabemos que nunca volverá a ser lo mismo. Cada mañana tomamos el café con su mirada inquisidora tras la barra pensando si será ese el día que nos eché droja en el colacao.
Tras el desayuno, al que ya he identificado como oveja negra del grupo, se le ocurre la genial idea de que recorramos la isla en Quad. Fantástico, maravilloso, estupendo. No tengo ni carnet y voy a obligar a desconocidos a llevar a gente que no conocen de nada por carreteras sin asfaltar. ¿Qué podría salir mal?
Le pregunto al señor del hotel y me dice que ellos tienen acuerdo con una empresa, pero, lamentablemente, ese día ya no les quedan. Así que le pregunto si está muy lejos el pueblo ¡qué va!, coge el mapa y me explica que bajando, 500 metros, encontraremos la playa y antes el pueblo donde hay muchos sitios de alquiler de quads, motos, etc. Puta bida tete, yo que pensaba que me iba a librar de darle gusto al borde del grupo (al que llamaré Escila porque me he documentado para este diario y, en la Odisea, ese es el primer monstruo al que se enfrentan los protagonistas en su viaje)
Me he recorrido la puta isla buscando una tienda de alquiler de quads, no quedan. ¡Ni uno! ¿Pero qué probabilidad hay de que todos los guiris hayamos tenido la misma idea? Por fin encontramos a un tío extraño, que nos promete guardamos 6, pero siempre que estemos allí a las 4 en punto, A Escila le iba a dar un parraque y no he podido ni comer tranquila así que me he plantado con él allí a las 2 y el tipo nos dice, sin levantar la vista de la moto que está arreglando, que ya los ha alquilado. Mala suerte, aquí las normas no existen.
Mi Odisea con Escila no ha hecho más que empezar, la ira en sus ojos me hace anticipa un viaje movidito. Volvemos al restaurante y desaparece y cuando lo veo llegar montado en una moto le pido a los dioses que lo acepten como sacrificio y nos permitan a nosotros continuar la travesía. Spoiler: no cuela.
Día 5. La magia de un atardecer infinito
Aunque ayer me centré en lo malo de nuestro primer día, lo cierto es que nuestra llegada a Santorini auguraba grandes gestas. Desde Atenas, hablé con el señor del hotel y me recomendó un servicio de transporte a buen precio, muy bueno de hecho para lo que había visto en Atenas. Así que al llegar, estaba una chica monísima, con un cartel con el nombre de nuestra “agencia de viajes”. Súper educada, bien peinada, olía bien y yo recordé que ni me había lavado los dientes y mi aspecto debía ser lamentable. La próxima vez quiero parecerme a ella y causar buena impresión en los viajeros. Esta ya no puedo, he mostrado mis cartas demasiado pronto. Nos llevó hasta nuestro medio de transporte esos días. Luxury travel, una flota de furgonetas negras de esas que usan los secuestradores en las pelis, pero que por dentro están llenas de lucecitas en el techo y música cañera. La gente lo goza, tú te relajas. Todo es muy chic y a la vez choni, como una canción de reggaetón acompañada al piano. Es un poco perturbador.
Tras recorrer el pueblo a pie y descubrir que aquí las distancias son demasiado relativas. Decidimos volver a llamarlos para nuestra segunda jornada en Santorini. Nos recoge el mismo señor amable, trajeado y elegante. Queremos ir a ver el atardecer a Oia, se supone que uno de los más espectaculares del mundo y el más bonito de Grecia. Pero antes tenía un par de pueblecitos apuntados que el señor me dice que no merecen la pena, que él nos lleva a los sitios míticos por el mismo precio, para, hacemos la foto de postureo y seguimos. A todos nos parece perfecto.
Ese día soy casi feliz y me relajo un poco, pero no demasiado. Mis Argonautas se han embarcado en esta aventura con muchas ganas de divertirse y pocas de buscarse la vida. Así que tengo que estar disponible 24/7 para cualquier cosa: ¿dónde está el baño?, tengo sed, ¿cuándo llegamos?, ¿dónde vamos a comer?, ¿y qué me pido?, no, eso no me gusta. Sentados en una terraza me doy cuenta que llevo 3 días sin apenas comer y lo mejor, que no me he tomado las pastillas de loca desde que llegamos. A mi psiquiatra le encantará saber que al menos estoy llevando un diario de mis aventuras. Algo es algo, me pidió dos cosas, tomarme la medicación y anotar mis emociones, todo no se puede tener en la vida y la señora tiene que ir aceptándolo.
Por suerte tengo a mi lado a mi propio Calipso, el personaje que cuidó a Ulises cuando su nave se rompió y se quedó en el mar esperando que lo llevara una ola. Así me siento cada día, esperando que en cualquier momento todo estalle mientras trato de parecer tranquila y él, al igual que el personaje de la novela, me obliga a comer y beber porque a mí se me ha olvidado.
Tras mucho andar, miles de fotos instagrameables que, éstas sí, son dignas de aparecer en un tablero de Pinterest, nos damos cuenta de que se acerca el atardecer y no hemos cogido sitio. No se ha vivido una competición igual desde que las rebajas del Corte Inglés eran un acontecimiento y las señoras se peleaban por los mejores sitios. El grupo se dispersa, nos acoplamos como podemos y observamos el horizonte. ¡Guau que espectacular!, ¡Qué vistas más impresionantes tenemos!
Un atardecer es un evento curioso. Realmente nunca los he entendido. La primera vez que fui a Menorca me llevaron a uno, como si fuera toda una experiencia mística. Y, al terminar, la gente aplaudió. Yo pensé, a ver, es bonito, pero esperar 20 minutos a que el sol se esconda y luego aplaudirle con la emoción del viajero de Ryanair que pensó que no tocaría tierra, me parece excesivo. En ese momento Calipso se acerca y me susurra “a ver está bien, pero vaya, en Andalucía también tenemos atardeceres cada tarde”.
Día 6. A veces lo caro, sale barato ¡y a qué precio!
Llevo varios días sin escribir porque el agotamiento mental empieza a hacer huella. Pero quiero acabar con Santorini antes de llegar a lo realmente importante de este viaje, al salseo. A la aventura que le contaré a mis nietos si es que dejo de meterme en problemas que me acerquen a la posibilidad de morir antes de tener descendencia. Aunque, puesto que estamos en Grecia, donde habitan los dioses, y yo soy casi una virgen gracias a la pandemia, deberían canonizarme o convertirme en piedra. Lo que ellos vean mejor.
Los del Luxury eran muy exclusivos hasta que un día nos tocó el conductor low cost. El tipo parecía simpático, nos llevó de ruta a ver los principales miradores de Santorini y mientras los demás postureaban, me quedé hablando con él. De repente, sin saber bien como, me está cogiendo de la cintura con la mano derecha mientras mantiene la izquierda en el volante y me invita a irnos de ruta esa noche para mostrarme los secretos de Santorini, que, llamadme mal pensada, pero intuyo que estaban escondidos en sus pantalones. Todo parece ir bien, el tipo es atractivo y en fin, lo que pasa en Grecia… hasta que de repente ¡PUM! me toca una teta.
Mi primer pensamiento es ¿cómo lo ha hecho, con qué mano? Cuando los demás suben, les cuento mi anécdota para amenizar lo que queda del viaje. Calipso y el abogado del grupo no lo ven claro y exigen la repetición de las imágenes, el VAR y que usen el ojo del halcón. No sabría decirlo con seguridad, el bikini lleva tanto relleno que no queda claro si ha existido personal en ataque.
El último día pasamos de creernos ricos y damos un precioso y larguísimo paseo hasta llegar al mirador más famoso de la ciudad. Nervios, ansiedad, cansancio, me cago en la puta que lejos está esto, ahí está ya casi llegamos y…joder cordi…es el mismo mirador de ayer. Imposible, les digo, que sí, mira las fotos. Ni de coña es otro mirador, no puede ser el mismo. El pánico se apodera de mí ¿puede haber mayor fracaso para un coordinador de viaje que llevar al grupo dos veces al mismo sitio?
Tiré de Google Maps y me mandó en la dirección contraria, casi perdemos el bus de vuelta y al llegar a casa miro con deseo la piscina en la que todos se bañan mojito en mano ¿y si me ahogo ahora mismo? La idea me seduce, pero en esta Odisea hay algo, tóxico y adictivo, que me hace seguir adelante.
Hoy por fin dejamos Santorini, el auténtico infierno, no tengo claro si Ulises paró aquí, pero si lo hizo seguro que se lo pasó mejor que yo. Ni sirenas sexys, ni tentaciones… Ya vamos montados en el ferry y tenemos una larga travesía por delante en la que intentaré escribir. Aunque lo que realmente deseo, es que Poseidón haga que se hunda el ferry y acabe ya con esta tragedia.
Pero no, ahí hemos entrado como ganado que se dirige sin ninguna oportunidad al matadero. Y no es una metáfora, la espera se hace en unos túneles de piedra recalentados por el sol y cerrados por una verja que custodia un policía con cara de pocos amigos porque los griegos, los más guapos no serán pero simpáticos… tampoco. Aproximadamente hora y media después de la hora prevista se abren las puertas y la gente corre como poseída, nosotros también, porque donde fueras haz lo que vieras, y subimos una rampa enorme por la que se accede al interior del ferry. Los bajos fondos, donde viven las maletas, se aparcan los coches y el lugar donde, no sabes por qué, siempre hay un señor con una caja enorme de dulces al embarcar y desembarcar. Tengo claro que esconden algo, pero prefiero no saber que es.
Por fin se avista tierra, sitio nuevo, seguro que todo mejora. SPOILER para mi yo del futuro y para ti, fiel lector que sufres o te ríes de mis penurias: en Naxos descubriré que mis problemas no han hecho más que empezar.
Día 7. De disociaciones, secuestros y otras historias que no creeréis
Cuando una persona sufre una disociación indica que hay una falta de conexión entre elementos que habitualmente están asociados entre sí. Lo que la empuja a una pérdida de contacto con la realidad. Creo que estoy en ese punto, la falta de sueño, alimento y medicación me hacen dudar de lo que viene a continuación, tengo la certeza de lo que viví, aunque al leerlo, parezca escrito por otra persona.
Llegada a Naxos, tras un eterno viaje en ferry, con 12 preguntas distintas sobre dónde está el baño y si será buena idea comer allí dentro o ya mejor al llegar. La dueña de los apartamentos reservados por la agencia te espera en el puerto, habéis acordado por teléfono el transporte hasta el alojamiento. Pero al llegar te dice que te vayas con un señor con pinta de hippie, tú te piensas que vais a su furgoneta y echas de menos las Luxury aquellas, tenían su poquito de acoso, pero todos sabemos que el lujo y el poder conllevan sacrificios. El tipo anda y anda y no para nunca, sube y baja cuestas mientras le seguís con las maletas y te promete que estáis a 100 metros.
Día 7. Capítulo 2: El secuestro
5 temporadas de Peaky Blinders, todas las películas de El padrino (que hasta fuiste a verlas al cine en VOSE) y el día que te secuestra la mafia te pilla desprevenida. Pero claro, no vas a ir con gorra de cuchillas en pleno agosto, quedarías como una cateta.
Una cosa que tienen los griegos y tal vez no te han contado, es que usan un sistema métrico diferente. Si la playa está a 500 metros prepara calzado cómodo para andar un par de kilómetros posiblemente esquivando piedras y si un señor raro te promete que faltan 100 metros, hazle caso a tu intuición y pide un taxi.
Al llegar empieza la peor parte…los apartamentos se construyeron en la época en la que el adobe aún era un buen material aislante, pero no lo suficiente como para lidiar con los 40 grados a la sombra de la isla de Naxos en pleno agosto. Hay snuff movies que dan menos mal rollo que esos tugurios y se lo comentas a los propietarios de buenos modos. La señora se indigna y tú decides centrarte en la parte práctica ¿dónde está el aire acondicionado que pone en la descripción?, te señala un ventilador de pie, uno, para un piso de 12 personas. Todo ok. Los ánimos empiezan a caldearse, la gente se viene arriba, ves venir el motín que ya es imparable. El abogado del grupo ya ha tomado la voz cantante. Y tú ya te ves en la cárcel que imaginas como un paraíso, con sus tres comidas y sus buenas horas de sueño. Pero intentas lidiar con el drama y los mandas a comer mientras tratas de negociar.
La señora no atiende a razones, quiere que le pagues. Le dices que no, que os vais, que si eso le pagas la mitad y ella tendrá libre el apartamento los 3 días. No le convence y es entonces, cuando descubres que elegiste mal tu religión ¿de qué te sirve ser budista en Grecia?, aquí mandan otros dioses y nadie va a salvarte. Es lo que piensas mientras esa señora pequeñita, pero con más mala leche que la griega aquella del anuncio de Danone (La publicidad, piensas, no siempre miente, a veces te está preparando para la vida) te retiene en su cocina mientras habla con la agencia y usa la extorsión para conseguir un pago que no estaba acordado.
Es todo muy surrealista y sabes que tienes que apuntarlo para escribirlo luego. Pero te distrae lo brillante que es el hule de la mesa. La señora no deja de gritar por teléfono mientras te sirve agua fresquita con mala cara. Tiene la maldad de Penny, pero eso sí, hospitalaria como ella sola.
Nota: me he documentado para este diario de viaje y he mirado en Forbes, nada menos, cuáles son las características que debe cumplir un buen anfitrión. He decidido anotarlos porque creo que pueden ser útiles, tanto si estáis planeando un secuestro como si, al igual que a mí, os secuestran inesperadamente y queréis darles un poco de feedback a los responsables.
Decálogo del perfecto anfitrión (durante un secuestro)
1.- Elige con cuidado. A ver, este punto regular, supongo que le pilló de imprevisto lo de secuestrarme y no pudo adecuar la música y el ambiente a mis gustos. Pero abrió la ventana y me puso agua fresquita que quieras que no, el agua está cara.
2.- Invita con anticipación. Por educación y protocolo me debería haber mandado la carta de secuestro con anticipación para poder prepararme, pero como digo, todo fue surgiendo sobre la marcha.
3.- Atiende a todos tus invitados. Eso sí, estuvo pendiente de mí todo el rato. Sobre todo cuando intenté huir con la excusa de que no tenía cobertura y corrió detrás para que no me escapara. En el fondo sé que lo hizo por mi bien, por si me perdía y alguien me secuestraba que esas calles eran peligrosas…Wait, shit,
4.- Elige la comida correcta. Algo simple como unas aceitunas habría bastado, pero claro, tampoco tenía carta de alérgenos y yo soy muy delicada así que nos limitamos al agua. La atención en este caso fue bastante mejorable. Forbes recomienda algo simple y delicioso como una selección de quesos y jamones, lo comentaré la próxima vez que me secuestren.
5.- Genera un ambiente agradable. Bueno…cierto es que nadie me estaba torturando, pero agradable, agradable… tampoco era. Tenía a una señora loca gritando al teléfono y obligándome a beber agua (de una botella que yo sabía que seguro que era la misma que chupaba toda la familia por la noche) y al hippie que me había timado con la distancia, cruzado de brazos en la puerta.
6.- Cuida los detalles. Como secuestro estuvo bien, normal, un poco soso para mi gusto. Le faltó su poquito de cuerdas, algo de violencia física o al menos amenazas de muerte. Le pongo un 3 sobre 10. Tal vez con una buena playlist tipo Reservoir Dogs mientras me apaleaban en el suelo la cosa habría mejorado. Pero los pobres hicieron lo que pudieron con lo que tenían.
7.- Ofrece variedad. Esto sí, me ofrecieron agua fresquita y agua del tiempo. Pero como el tiempo estaba aproximadamente a 50 grados, elegí la primera opción.
8.- Evita los silencios. ¿Hay algo más incómodo que un largo silencio en un evento? Esta señora lo sabía bien y por eso no paró de gritar a la vez que me incluía en su conversación poniendo el manos libres para que no me sintiera excluida. Todo un detalle, la verdad.
9.-Entrega lo mejor de ti. Espero que no. Quiero creer que era su primer secuestro y en los siguientes pulirán algunos detalles. Le he dedicado esta guía porque espero que mi experiencia les sirva para mejorar. Desde Forbes recomiendan usar la mejor vajilla y mi vaso era el típico de tubo en el que te ponen el cubata en un bar de barrio. ¿Qué mínimo que uno de Cola Cola o Nocilla? Hay que cuidar los detalles que pueden arruinar tu reputación.
10.- Piensa con anticipación. “El éxito de cualquier evento dependerá de tu flexibilidad como anfitrión para actuar ante lo inesperado” Nada que añadir.
Día 7. Capítulo 3: Are you talking to me?
Piensas que la cocina será un punto neutral para resolver vuestros conflictos no obstante, ellos no están de acuerdo y sin darte cuenta te ves montada en una furgoneta verde camino a la “oficina” donde tienen el ordenador y pueden revisar si han recibido la transferencia que te hará libre.
Tus compañeros de viaje se impacientan, quieren ir a salvarte y te piden la ubicación. Pero tus padres no criaron a una cobarde y, en el fondo, tu alma nihilista espera un final aún más dramático. Paran la fragoneta de repente y te dicen que no te muevas, piensas en intentar volver a huir, pero hace calor, llevas la mochila, en fin…¡qué pereza!, de repente un niño gordito sin camiseta toca a tu ventanilla y abre la puerta desde fuera (no se te había ocurrido revisar si lo habían dejado abierto porque total, ya pa que)
- Sorry Miss, my mother said that you need to come with me
- Who is your mother, boy? – preguntas creyéndote que estás en el Bronx y no en las afueras de una isla.
El chico no contesta, él solo lleva el mensaje, es un clásico de la mafia y tú lo sabes.
Pero solo para asegurarte preguntas ¿tu madre es la dueña de este coche?, contesta que sí con la cabeza, coges tu mochila y lo sigues al interior de la casa. Ahí la cosa se empieza a poner peliaguda, la tarjeta que le han dado no funciona y te acusa de intentar timarla. Mientras, los que mandan te informan de que hay un problema puntual desde el banco y acaban de bloquear la tarjeta y que tengas paciencia. Claro, sin problema, cabrones, seguiré aquí secuestrada. No tengáis prisa ya le he cogido cariño a esta gente. Al final todo se soluciona, el hippie es italiano y en la empresa trabaja un paisano suyo…en fin…lo que yo decía. Cuando te dejan ir, te da hasta cosilla e intercambias número con tu secuestradora. Ahora entiendes lo del síndrome de Estocolmo, es difícil dejar atrás a personas con las que has vivido tanto.
Día 7. La redención de Thomas Shelby
Si habéis visto los Peaky Blinders, no será un gran spoiler deciros que Thom Shelby sale del lodo y escala peldaños poco a poco para alcanzar su sueño. Si no la habéis visto, mala suerte, necesitaba la referencia mafiosa para continuar mi relato. El caso es que yo, al igual que ese héroe trágico y denostado por la vida, sufrí mi particular calvario con la mafia.
Pero salí ilesa y decidí que era momento de volverme más estoica, de aceptar que estaba en territorio hostil y aquí mis valores no valían una mierda. Mis dotes estratégicas y capacidad de persuasión (unidas a las amenazas de demanda colectiva del grupo) nos consiguieron dos villas de lujo en las afueras de Naxos. Era algo fantabuloso, maravimágico y muchas otras palabras inventadas que habrían salido de la boca de la mismísima Mary Poppins al observar esos dos casoplones en los que viviríamos durante los próximos días. Ahí nos convertimos en un grupo, fueron a hacer la compra, con mucho alcohol y aproximadamente unas 28 pizzas por cabeza y me obligaron a desconectar en la piscina.
Estoy en Grecia, pensé, y no la he disfrutado ni un sólo día. Allí flotando en la piscina, con gente que habían resultado ser un encanto. Exceptuando a Escila, que es mi grano en el culo y al que no pienso dedicarle ni una línea más no vaya a ser que le dé por pensar que tuvo algo de relevancia en la obra. Cuando todos sabemos, que fue un secundario bastante mediocre. Participo de la fiesta, las confesiones y me encuentro con personas rotas, con historias trágicas y muchas ganas de volver a sentirse vivos tras una pandemia que nos ha robado mucho más que nuestra libertad: nos ha quitado las ganas de soñar. Así que mañana seré más positiva, me tomaré mis pastillas (puede que la falta de medicación esté influyendo, quién sabe), comeré y me reiré con ellos. En Mikonos seguro que consigo relajarme.
Día 8. Ni está ni se la espera
La llegada a Mikonos supone otra nueva tortura de madrugar, esperas interminables de un Ferry que retrasa dos horas su llegada y un viaje bastante largo y movidito. Hemos perdido mucho tiempo y al llegar apenas teníamos tiempo para seguir el planning cutre que me mandó la agencia y que está sacado de Google (lo sé porque he intentado ampliarlo con más información y es lo primero que me ha salido)
Al llegar, la App de taxis no funciona y yo, que ya he aprendido que en este país la suerte no está de mi lado, decido ir a buscarla. Me acerco a los que saben, a los trabajadores del puerto y descubro que hay un barquito que por solo 2€ nos lleva del puerto al centro de la isla. Habría sido un detalle que los anteriores coordinadores me dieran este dato ínfimo y trascendental, pero en fin, cogemos nuestro barquito y nos dirigimos a la tierra soñada.
Hemos perdido tanto tiempo que ya es hora de comer y entre todos decidimos que ese día nos vamos a dar un homenaje. Tiramos de TripAdvisor (muy útil también si viajáis, hay gente que no lo conoce, pero tú metes el sitio y te explica donde puedes comer, cuánto te costará, en fin que es todo un mundo) y encontramos una marisquería con vistas a la costa. Hemos perdido a los dos tóxicos en el camino y los dejamos ir con su historia, sus dramas y sus peleas de cuarentones adolescentes (porque dios los cría y ellos se juntan, pero por suerte, otro de esos dioses los ha alejado de nuestro camino)
Mesa para 10 entonces, perfecto, una señora amable y bien vestida nos da la bienvenida y nos volvemos a sentir ricos, al fin y al cabo, somos dignos propietarios de dos villas de lujo (hasta mañana). Así que ordenamos mariscadas y parrilladas como si no hubiera un mañana y nos deleitamos ante el banquete que nos espera.
Y en ese momento, en el instante decisivo que llega mi agua con gas y me tomo mi pastilla dispuesta a relajarme, saltan los plomos. Se ha ido la luz, nos informa la camarera, vale y ¿cuándo volverá? Supongo que pronto aunque aquí nunca se sabe…
Hora y media esperando, mientras la señora iba y venía y solo a nosotros parecía importarnos no saber si hoy íbamos a comer. Nos invitan a unas aceitunas y pan con paté (de aceitunas también), así que como segundo secuestro está mucho mejor que el primero. Ante la falta de sangre de los griegos, me levantó e insto a mis compañeros a marcharnos.
La señora nos pide disculpas y nos informa que acaba de llamar al servicio de luz que digo yo señora… ¿qué cojones tenía que hacer más importante que llamarlos en esta hora y media? Que los calamares congelados han revivido y se han ido reptando al mar, seguidos por las langostas ya desesperadas de asistir a ese nihilismo previo a su muerte. Nos largamos. Pero la alternativa no mejora, efectivamente se ha ido la luz en toda la isla y lo máximo que conseguimos es comprar unos bocadillos fríos y unos refrescos calientes que nos comemos sentados en un bordillo. Aunque ni de eso nos han dejado disfrutar, una señora en bata ha salido chillando en griego y nos ha echado de su pedacito de calle.
Mi psicólogo creía que el estoicismo me ayudaría y tengo que admitir que, en teoría me parecía una mierda creada por los coachs de la antigüedad, y en la práctica he comprobado que lo es. Aquí se la sopla que no haya luz, que no puedan vender, que los turistas se vayan indignados. El fracaso y la tragedia como forma de vida. El estoicismo griego se me antoja como una especie de antesala a la muerte, total para lo que nos queda ¿qué sentido tiene sufrir?
Por eso se ponen a repintar las famosas líneas blancas de las callecitas de la isla justo cuando todo el mundo tiene que pasear porque es lo único que puedes hacer en una isla sin luz. De repente el que va primero salta, y el resto lo seguimos, jugamos a la Rayuela improvisadamente en una obra tragicómica que hace a toda la calle reír ante nuestra estupidez. Claro, ahora los locos, somos nosotros.
El día termina con un cóctel en un precioso barecito pegado al mar desde el que vemos la costa y las casitas de colores que, sin filtro, lucen un poco menos. Lo único malo es que nos encontramos a los dos independentistas del grupo y se nos acoplan, pero tras todo lo que hemos vivido, nada ni nadie hará que nos tomemos en serio nuestros problemas. O eso pensamos, hasta que vamos a coger el barquito de vuelta al puerto y al subirnos, nada más arrancar, los tripulantes griegos empiezan a gritar entre ellos y a nosotros, no entendemos nada, pero vemos a gente huir y eso hacemos.
Porque la estaré liando mucho, pero gilipollas no soy y no voy a dejar a mis Argonautas morir en un triste barquito que por dentro parece una parroquia de pueblo. Ya montados en otro barco (no tengo ni idea de cómo ha sucedido) nos enteramos de que había estallado el motor del otro. Así que subimos a la cubierta y, mientras nos reímos de nuestra desgracia, inventamos un himno que nos represente, un nombre con fuerza: grupo de mierda. Y vemos atardecer mientras le decimos adiós a una isla demasiado bonita para estar habitada. Deberían haber dejado que los dioses se ocuparan de ella.
Última noche de villa, de fiesta, descontrol, el Gran Hermano no nos vigila y esa noche ocurren cosas que nunca saldrán de aquellas paredes (ni de esa piscina) despertamos aún aturdidos y descubrimos que ¡sorpresa! No hay agua. La manager me llama y me dice que viene a disculparse en persona, me pilla en toalla, que iba yo a darme mi baño matutino y me ha pillado la tragedia.
Súper mona y empática ella me pide disculpas y yo, que he ido perdiendo la voz a lo largo de los días, sólo puedo contestarle entre toses y ronquera que la hacen alejarse cada vez un poquito más. Esperamos desesperados esperando que vuelva el agua y al final desistimos y nos largamos de aquellas bellas mansiones dejándolas con baños atascados, fregaderos hasta arriba e inmundicia. Así es la vida, un día eres rico, al siguiente ni para agua te llega.
Día 9. De lo que Ulises se encontró después de su Odisea
Como hemos estado desconectados del mundo, nos hemos enterado a medias de que Grecia se quema. Y esa sí es una auténtica tragedia. Los de la agencia (que ya me han demostrado que muy espabilados no son) me dicen que me entere como está en la cosa en Atenas y si el humo o el fuego afectan a nuestro hotel, que es el mismo que tuvimos al llegar. Claro que sí, ahora también soy Brasero.
Mi única opción es escribirle al manager, sí…aquel tan sexy que pude tener y perdí nada más llegar. Me contesta bastante seco y pasota diciéndome que él cree que está lejos. Le recuerdo que llegamos esa noche, que tienen que venir a recogernos y que al día siguiente vamos a visitar el Partenón. Me asegura que no habrá problemas.
En ese ferry nos han subido de categoría y se nota. Un desagradable señor nos grita algo que no entendemos hasta que nos empuja para seguir subiendo. Era su forma amable de decir “Aquí no, señores, su lugar está en la siguiente planta, viajan ustedes en primera clase”
Ahh…la primera clase, estoy aquí sentada escribiendo y esto es maravilloso. Quiero retener el recuerdo de estos sillones de piel, el donut gigante de chocolate que me he comido y la tranquilidad que se respira. Son 5 horas de viaje de vuelta a Atenas y en menos de una, ya nos hemos recorrido todo el barco. Hasta la última planta, la de los menos pudientes. Allí la gente se apelotona de pie o sentados en bancos incómodos de hierro. ¡Qué tragedia! Vámonos de aquí antes de que se nos pegue el olor a pobre. Porque claro, nosotros ya no somos los mismos que salimos de aquel aeropuerto hace algo más de una semana, somos gente con clase, que se han alojado en villas de lujo y vuelven en primera clase. Somos VIP.
Aunque no todo el mundo opina lo mismo. Una señora se nos acerca a decirnos que hablemos más bajito y se retira maldiciendo a los españoles y su mala educación. No como los griegos, gente de bien, amable como solo ellos saben serlo, honrados como pocos, siempre dispuestos a hacerte una factura cuando la necesitas y que jamás te obligan a pagar en efectivo para no dejar huella. Gran pueblo, no hay duda. Cuna de grandes filósofos, pensadores y personas de moral y rectitud intachable. Al menos, eso nos contará la guía al día siguiente.
Atenas nos recibe con un calor insoportable y un humo irrespirable. La ciudad huele a tristeza. Al llegar al hotel, subimos a la terraza y vemos como el fuego baja la ladera contraria al Partenón. Que digo yo, vale que pasé de los intentos de conquista del manager y ofendí su ego masculino, pero tío, no seas capullo ¿tanto te costaba subir a tu propia terraza y decirme que el fuego estaba llegando? En fin…la hipocresía.
Día 10. Fue un placer conocerte
Y tenerte unos meses, aunque esos meses fueran, el principio y el fin…de un amor tan profundo. Y aunque no me quisiste, pero yo si te quise y hoy me tengo que ir. He empezado a escribir y me ha poseído Rocío Dúrcal, definitivamente, Grecia me ha vuelto loca. Escribo nuestra última noche antes de que me venza el sueño o la ansiedad, no sé quién ganará la batalla.
Pero antes de cerrar este capítulo de mi vida que mañana termina, quiero dejar constancia por si acaso la traca final incluye mi muerte en el avión de vuelta. Debo admitir que sería un final épico que tan sólo un héroe griego podría esperar. A mí no me están reservados semejantes honores. A mi llegada me espera un vuelo hasta Madrid y 5 horas de autobús hasta mi destino. La caída es mucho peor cuando has estado tan arriba, con choferes particulares en furgonetas Luxury, viviendo en Villas de lujo con piscina de las que sacan los influencers en sus redes sociales y en la zona VIP llena de lujos del último ferry. Mi vuelta a la realidad conllevará una crisis, pero eso es un problema para mi yo del futuro.
Esta mañana subimos al Partenón, por fin, el único lugar de Grecia al que quería ir. Tenemos una disputa en la cola de las entradas sobre si merece la pena o no contratar un guía… y se lo preguntan a alguien que los llevó dos veces al mismo mirador. Evidentemente, solos no vamos a llegar a ninguna parte. Una vez que gana el sí, tenemos que elegir, nos acosan los candidatos, con precios cada vez más bajos y promesas de historias maravillosas al entrar.
Ahí surge la disputa: una parte del grupo, entre la que me incluyo, votamos por una señora elegante, Licenciada en Historia del Arte, que habla español perfectamente y otros cuatro idiomas más que ya no recuerdo. Su precio es más alto y es que la calidad, me dice, hay que pagarla. Y yo, que aún conservo la dignidad de mi breve etapa de rica, la entiendo perfectamente.
El resto se decantan por un personaje excéntrico, que ni siquiera habla bien su propio idioma (pero en su defensa diré que eso no es culpa suya, era más bien del alcohol que impregnaba toda su presencia). Nuestras reticencias se unen a su atuendo. Camisa manchada con lamparones de hace semanas, barba sin afeitar y un pelo que no recuerda lo que era el champú o el gel, tampoco vamos a ponernos exquisitos. Gano la batalla con un simple comentario: Haced lo que queráis, pero ese señor (y su mochila roñosa) parece que duerme en la ladera de la montaña, se levanta y se pone a trabajar. Si vosotros queréis ayudar a los desfavorecidos no seré yo quién me interponga.
Gana la señora y nos adentramos con ella en un mundo mágico en el que Grecia era una gran potencia que dominaba el mundo porque controlaba el mar. Y nos explica que allí surgió la democracia, que el pueblo debía votar todas y cada una de las decisiones que se llevaban a cabo y podían llegar a votar cada dos semanas. Con razón, pienso, les hicieron tener tantas responsabilidades, que terminaron por no querer ninguna. Empacho de democracia que se llama. Calipso se acerca y pasa su brazo por mi hombro: Cordi ¿estás relajada o me lo parece a mí?, Voy a llorar, le contesto, qué bonito. No llores que entonces empiezo yo que sabes que soy un tío sensible.
Pero sí que lloro, porque nuestra guía, esa particular reina de la sabiduría, nos cuenta la leyenda de Atenea. La diosa, tenía grandes alas para poder viajar por todo el mundo, pero los griegos, celosos de que su patrona pudiera ser libre, le cortaron las alas para que se quedara para siempre con ellos. Y aquí está, nos dice, cuidando de su ciudad desde entonces.
Pobre Atenea, guio a Perseo en su cruzada para decapitar a Medusa. Le explicó a Heracles cómo podía despellejar al león de Nemea y a derrotar a los pájaros del Estínfalo y hasta lo llevó a navegar por el inframundo para capturar a Cerbero. ¿Y qué consiguió? Exacto. Nunca te des demasiado a los demás, o se apropiarán de lo más valioso que tengas. Y si una oferta no te da buena espina desde el principio, hazle caso a tu instinto y huye.
Pero también nos explica otra curiosidad. Los griegos, nos dice, a diferencia de los egipcios o romanos, no hacían las pirámides en punta. Ya que consideraban que este símbolo representaba la perfección de los dioses. Pero ellos construyeron sus templos para el pueblo, y coronaron sus edificios con pirámides planas, para recordar que la perfección humana no existe y supone una búsqueda constante que sólo puede hacer uno mismo, desde el viaje anterior que se convirtió en lema de los griegos: Conócete a ti mismo.
Este viaje se ha llevado una parte importante de mi energía, cordura y fe en la bondad humana. Pero me ha dejado tantas cosas…me llevo amigos, vivencias, atardeceres dignos de aplauso y jugar a la Rayuela mientras pintan las calles. Ulises encontró Ítaca diferente a su regreso, pero realmente, era él quién había cambiado. Y es que, seamos honestos, ¿si no me hubiera ido, como podría haber vivido un secuestro y escrito estos relatos?
A mi , me fue bastante mejor en mi última aventura en Zaragoza! Jajaaaa me e reído lo indecible leyéndote