Nietzsche, el primer filósofo del que me enamoré y el germen de quién soy y quien espero ser algún día, escribió:
Ser budista te prepara para muchas cuestiones a las que tendrás que hacer frente a lo largo de tu vida, entre ellas, la muerte. Todo lo que es, ya ha sido, y lo que somos, acabará algún día. Ese ruido que te molesta, esa persona a la que quieres, pero hay veces que no soportas, sea cual sea tu religión o creencia, la realidad es que puede que una mañana cualquiera, deje de estar ahí.
Volví de Canadá obsesionada con el tiempo, con lo relativo que resulta cuando viajas a otro continente y tu vida se desconecta del ritmo normal al que estabas acostumbrada. Pensaba plasmarlo por escrito para no olvidarlo, pero una mañana me desperté y Perla, nuestra Perla, se había ido.
Así que todo aquello que debió ser escrito pasó a un estado secundario. Recordé a Nietzsche, conversé con mi diablo y entendí que el tiempo sí que existe, aunque a veces parezca ambiguo y complicado.
Hay un solo camino a través de todos los tiempos, predeterminado por el principio y el final… que también es el principio. Dark
Este relato, historia, reflexión o lo que quiera que sea, estará plagado de referencias a esta serie extraña que, para colmo, me empeñé en ver en alemán con subtítulos en inglés. Fue un relato complicado que me adentró en el abismo que habita en mi misma y del que Nietzsche también nos hablaba. Un cuento que nos enseñó que sólo existe un dios, el tiempo, él maneja y controla los hilos marcando, inexorablemente, las huellas de nuestro destino. También lo sabía la pequeña Momo. Pero hace muchos eones que dejamos de escucharla…
El mismo bolso y un faro perdido
Hacerse mayor es aceptar que tus mejores amigas viven lejos, tan lejos que debes cruzar océanos de tiempo para encontrarla. En otro continente, otro mundo, lejano a nuestra vieja Europa, tan denostada no por el paso del tiempo, si no por la huella de nuestras vidas.
Un ferry nos llevó a una isla que parecía haberse escapado del mundanal ruido para esconderse en un agujero de gusano en el que cualquier cosa era posible. Paseamos, cantamos, en el muelle donde los enamorados se declaraban, me puse de rodillas para pedirle a mi amiga, mi hermana elegida, amistad eterna. Y volvimos a reírnos del mundo como antes, como siempre.
En el paseo me enseñó un lugar secreto, un faro en medio de la vegetación con una placa que conmemoraba una leyenda maldita. La de aquel primer farero que desapareció y que aún camina en las solitarias noches, vigilando sus dominios. Allí estábamos cuando pasó, ese momento en el que se abrió una brecha en el espacio-tiempo y vimos tirada en el suelo una mochila con una cámara como la suya y a mi lado un bolso igual al mío. Ella, siempre tan cobarde como para ir al cine a ver pelis de miedo y taparse los ojos toda la película y yo, tan inconsciente como autodestructiva.
Estaba claro que inspeccionar el contenido sería tarea mía. Entre todos los escenarios posibles que nuestras mentes de guionistas frustradas inventaron, ella creía que era una bomba y yo, temía que fuera un mapache.
Así de irracional y absurdo resulta en ocasiones el miedo
Pero al acercarme un escalofrío recorrió mi espalda, ¿y si lo habíamos logrado?, ¿qué pasaría ahora si estábamos en el otro lado? Como haríamos para pedirles a nuestros Doppelgänger que nos devolvieran la propiedad de la existencia, esa de la que nos quejábamos apenas unos minutos antes. Los dueños de las bolsas abandonadas llegaron antes que mis respuestas. El shock al descubrir un lugar que la gente creía tan seguro como para dejar tiradas sus pertenencias mientras merodeaba por los alrededores, nos atrapó como una nube oscura y misteriosa de camino a aquel faro maldito.
Continuamos el paseo hasta un lugar lleno de autobuses escolares abandonados y reconvertidos en atracción.
Regresamos, en el último ferry, tras ver encenderse las luces de la ciudad iluminando el camino de vuelta a casa.
Y tú, que ahora lees esto, puedes o no creerlo, a mí me da exactamente lo mismo, pero durante unos minutos, viajé a un punto intermedio y desconocido con mi mejor amiga y el tiempo, dejó de tener sentido.