Jorge Luis Borges
«La amistad no necesita frecuencia. El amor sí. Pero la amistad, y sobre todo la amistad de hermanos, no. Puede prescindir de la frecuencia o de la frecuentación. En cambio, el amor, no. El amor está lleno de ansiedades, de dudas. Un día de ausencia puede ser terrible»
Estos meses he aprendido mucho sobre la amistad, la de verdad. La que es capaz de tocarte el alma y cambiar todo lo que eres o pensabas que eras. Este verano ha sido complicado para mi, por traicionar mi idea de ser vegetariana y comer carne me castigó el destino, el karma (o la Junta de Andalucía) con una divertida listeriosis. Fueron semanas muy difíciles en las que recordé mis peores miedos infantiles siempre enferma y en el hospital, pruebas, horas en la máquina de la resonancia magnética, el quirófano y la incertidumbre. Nunca había estado tan enferma desde entonces y, en estos años de salud y tranquilidad olvidé lo que aquella niña entendió en largas noches de hospital: la vida es efímera, se nos puede escapar en cualquier momento.
Este verano volví a tener miedo de que todo se acabara y fue toda una revelación. En mis épocas oscuras pensé muchas veces en acabar con todo, lo bueno y lo malo. Cuando no encuentras sentido a la vida da igual cómo sean tus días, lo peor está siempre por venir. Tuve pánico porque pensé en que realmente me iría, y no era simple dramatismo, cuando la doctora le dio alas a mi hipocondría hablando de una posible meningitis recordé a aquella niña de 7 años que convirtió el hospital en su primera casa…
Según el budismo Kadampa, todas las enfermedades y los sufrimientos físicos y mentales que experimentamos son causados por nuestros engaños mentales: como el enfado. Me gustaría que, antes de seguir, dedicaras unos minutos a leer la historia del buda de la medicina y después vuelve y te sigo contando mi drama (con inesperados resultados)
Al principio se hundieron mis esperanzas y luego empecé a entender muchas cosas. En los malos momentos, los realmente malos, te das cuenta no solo de a quien tienes a tu lado si no de a quien quieres tener. Entendí que hay personas que pretenden hacer como que se preocupan por ti y sin embargo en los malos momentos no están. En esos días en los que me pasó de todo, y apenas tenía fuerzas, recordé quienes eran realmente las personas que quería en mi vida. Porque a veces nos autoimponemos lazos, de sangre, de amistad, de hermandad inventada. Pero no son reales. Son una manera de intentar conectar con el mundo que nos rodea, de pretender ser más sociables de lo que realmente somos o queremos ser.
Mis amigas, las de siempre y las que llegaron hace no mucho, pero me conocen mejor que yo misma, estuvieron ahí sin juzgarme. Entendiendo los días que no tenía ganas de hablar con nadie, los momentos en los que necesitaba salir, aunque fuera a dar un paseo de 15 minutos. En esos días algunas personas me echaron en cara no estar como antes, no tener ganas de hablar, de coger el teléfono o escuchar sus problemas como he hecho toda mi vida. No me enfadé, para mi fue una revelación descubrir que esas personas no me hacían falta, que podía soltar lastre.
Así que cuando todo pasó me di cuenta que necesitaba volver a sentirme viva y me fui a Berlín, el lugar donde me redescubrí a mi misma. Y en Tharpaland, un paraíso perdido en medio del bosque, encontré amigos de verdad. Personas que pensaba que ya no era posible conocer. En las noches con ellos entendí muchas cosas sobre mi misma, sobre la amistad entre hombres y mujeres y la necesidad de respetarnos como personas. Que es algo que está muy por encima del género.
Cuando los vi pensé que eran demasiado guapos para ser buenas personas. Ya lo sé, es un pensamiento estúpido, pero tiene su explicación. Un día, hace muchos, muchos años, conocí a un chico tan guapo, carismático y divertido como ellos. Me enganché a la luz que se vislumbraba a través de su oscuridad y en el camino se llevó toda la luz que yo tenía. Y, desde entonces, dejé de confiar en los hombres en general y cometí el error de pensar que todos, especialmente los guapos, eran iguales.
Descubrí el poder
de la belleza
y su cuerpo se convirtió en mi entrada
a un laberinto de gestos ambiguos
a un nuevo concepto de distancia
y entendí que la gente sencilla
era gente que no le interesaba.
Supongo que llevo un largo camino recorrido hasta este ahora en el que valoro conocer a personas reales, de esas que son tan de verdad que las sientes, que te duelen y te hacen reír a carcajadas como ya no recordabas ser capaz. Sé que echaré de menos las noches con ellos, sus tonterías, canciones y locuras. Pero me han enseñado muchas cosas. A vivir el momento presente, a dejar ir, sin apego ni condiciones. A que todos, independientemente de la imagen que mostremos el mundo, a veces nos sentimos inseguros y necesitamos una mano amiga que nos acompañe sin juzgarnos.
Me han tratado con una gratitud que no merezco. Por algunas cosas he escrito en momentos lúcidos. Yo soy un músico que no toca instrumentos, saber que contigo conecto es un placer súbito…
Hoy, mientras escribo esto, estoy mandándole tonterías a uno de ellos por Whatsapp, a pesar de que estamos sentados en el mismo sofá y pensando que tal vez nunca vuelva a verlo de nuevo. Pero estos días que hemos compartido juntos, las charlas hasta las 2 de la mañana tumbados en los sofás de Tharpaland como si fuera nuestra propia casa, vendrán conmigo. Porque a veces nos sentimos solos, muy solos, y solo necesitamos que alguien nos diga que todo va a salir bien. Nunca olvidaré la genialidad de mi amigo «Lucifer» que conocí en un centro budista y me dijo una noche una frase llena de sabiduría: El sexo es solo sexo y dura solo unos minutos y se acaba, pero poder pasar una noche hablando con alguien sobre todo y nada, eso – eso amigos-, no tiene precio.