El problema del bullying es que nunca se va. Es que sigue ahí, escondido en cada vez que te ríes de ese compañero un poco excéntrico, cada vez que criticas a tu compañera por tener una sexualidad sana y atreverse ¡oh sacrilegio a compartirla!
El problema es que nos hacemos mayores y el bullying no desaparece, qué va. Sigue acompañándonos en otras etapas de la vida y hasta tiene sus nombres diferentes para que podamos clasificarlo. Eso hacemos. En vez de atajar el problema cuando surge y ofrecer las claves y herramientas para que desaparezca, dejamos que se filtre, poco a poco, gota a gota, en nuestras vidas adultas.
Se ha suicidado una mujer porque ha salido a la luz un vídeo sexual suyo en el trabajo que sus compañeros se dedicaron a compartir. Porque se creyeron con derecho, sentían que ella ya sabía a lo que se exponía grabándolo. Que difundirlo era normal, que mirarla y susurrar a sus espaldas era un castigo menor teniendo en cuenta lo que había hecho. Pienso en ella y en el patio del colegio y veo que algunos seguís siendo los mismos niños crueles que se reían del diferente.
Que a los que éramos distintos nos enseñaron que debíamos perdonaros porque vuestra bravuconería escondía miedo, inseguridades y problemas no resueltos. Me da igual, qué queréis que os diga. Id a un psicólogo como hacen las personas sanas y consecuentes que quieren trabajar su interior y ser su mejor versión. Pero no lo paguéis con los demás porque no es justo y porque ya está bien.
Esa mujer tenía dos hijos, un marido, una vida, una familia que la quería y todavía espera entender qué ha pasado. Unos niños huérfanos de madre a los que les queda un largo camino escolar en el que, por desgracia, algo me dice que ese episodio les perseguirá. A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que sufrieron abusos en sus infancias y es verdad que son las más fuertes que he conocido. Pero eso no es excusa, ya eran fuertes antes de vosotros y no necesitaban vuestra humillación para llegar tan lejos como han llegado.
El miedo nunca puede ser una motivación para superarse. Existen demasiados estímulos positivos como para que sea el triste personaje que acusa y se ríe en el patio del colegio, en la sala de reuniones del trabajo, en la fábrica, el que pise el acelerador que haga estrellarse nuestras vidas.